miércoles, 22 de diciembre de 2010

EL DESPACHO

Las mañanas de noviembre son las mejores. Por fin se abre el día con el cielo cerrado. Ha sido demasiado tiempo con ese cielo incandescente, y las personas con alma ya van necesitando arroparse con nubes altas. Marina taconea ágil por el bulevar camino del trabajo ajustándose al cuello las solapas de la chaqueta. Lleva poco tiempo en su nuevo empleo como segunda secretaria del director general de una gran empresa de servicios.

La firma ha crecido mucho en los últimos años. Don Fulgencio es un hombre vivo, activo y trabajador y Elena ha venido siendo sus pies y sus manos desde que era casi una niña, hace casi veinte años. Pero ya son muchos clientes, son muchas transacciones, reuniones, viajes. Hacía falta una mano izquierda y Don Fulgencio contrató a la cuñada de un buen amigo suyo del pueblo que se había quedado en paro hacía unos meses.

La luz del día ya no insulta y eso está bien. La gente anda viva por la calle. Marina llega muy temprano y coincide con Elena en el ascensor. Las fragancias frescas de la mañana, los maquillajes ligeros y la elegancia discreta y ligeramente informal de dos mujeres jóvenes que acaban de pulsar el botón de la planta noble, pero que no ocupan un gran despacho sino su antesala.

Elena dobla su fular y lo cuelga en la percha, se quita la chaqueta y la cuelga encima, agarra el bolso y lo guarda en el cajón inferior de su escritorio. Se deja caer en el sillón giratorio con un suspiro y dice…mmm...voy a ver qué hace mi madre. Marina la está mirando con cierta perplejidad cariñosa, y piensa…ay Dios mío, todos los días igual. Lo siguiente es anotar una receta de cocina que le dictará su madre. Después de colgar se quedará leyendo la nota y le dirá a Marina…esto está buenísimo ¿sabes?. Esta noche lo hago. Y lo hace, y al día siguiente se lo cuenta.

Marina se había incorporado a un trabajo que necesitaba pero del que no sabía nada. Y no tenía ganas. Tenía que hacer un esfuerzo. Elena la acogió con mucho afecto. La cuidó. Le habló de los grandes clientes, de la historia de la empresa, de las rutinas de don Fulgencio, de lo que quería a su familia, de cuánto necesitaba que le ayudaran a ordenarse. “Su señora en su casa, Marina, y aquí, nosotras. Es un niño grande”.

Marina la miraba fascinada, la escuchaba embobada porque Elena era todo cariño, mimo y orden. La armonía reinaba en todos los ámbitos de atención de don Fulgencio: en el despacho, en la mesa, en la agenda. Marina cayó en la cuenta de que en los pocos días que llevaba en el despacho de don Fulgencio nunca había sentido que hiciera fresco, ni calor. Nunca sintió que la luz fuera demasiado intensa o la afluencia de las visitas desordenada. Y todo eso era Elena. Esa mujer. La miraba hablar con su boca pintada de rosa, su melena rubia de flequillo recto, sus uñas tan cuidaditas, tan discretas, sus salones negros de medio tacón en esos pies tan monos. Ay qué chica tan linda, pensaba Marina. Y la quería.

A los dos o tres días de llegar, Marina supo que ese trabajo no era para ella. Elena la apoyaba mucho, pero no conseguía acordarse de esos detalles…la chaqueta de don Fulgencio … los minutos de pausa después de despachar, no más de dos llamadas seguidas…Vaya coñazo, y vaya leche. Elena era perfecta para eso, y Marina supo en seguida que ella no, que no.

Un día, don Fulgencio la reprendió cariñosamente..Marinita, no me cites más a Fuertes y Robledo uno detrás del otro, que sabes que no se hablan y se me joden los convenios cada vez que coinciden aquí…aaaanda, estáte atenta. Y Marinita se tuvo que reír. Como no se iba a reír. No era lo suyo, pero había que ganarse la vida y tenía que estar allí así que se lo tomó en serio y decidió situarse a disposición de Elena para ayudar más que estorbar. Y Elena le decía….tú eres tonta, que eres tonta, que no te retraigas, que tú vales mucho lo único es que eres despistada, que lo que tienes que hacer es prestar atención y dejarte de mensajitos. ¿Qué es eso de a mis órdenes ni a mis órdenes?, ¡que no!.

Y así estaban, Elena con su fular en la percha y su cutis perfecto cada mañana, Marina con las ojeras de quedarse hasta las tantas viendo pelis, y don Fulgencio con sus idas y venidas y con el almax.

Una mañana temprano se reunieron don Fulgencio y su hermano menor en el despacho a raíz de un problema familiar de orden económico. Las dos chicas lo sabían pero se mantuvieron discretas: el café, no entra ni una llamada y a esperar. Se oían voces, y golpes sordos de los puñetazos de don Fulgencio sobre la mesa. Y ellas sobrecogidas y sin decirse ni pío. Al poco, salió el hermano del despacho dando un portazo y se marchó muy airado con los ojos fijos en la moqueta. Un minuto después se asomó don Fulgencio despeinado y en mangas de camisa…¡Elena, márcame a ese insensato, que se va a enterar!.

- Espérese don Fulgencio, espérese un rato.

Don Fulgencio y Elena se giraron atónitos hacia Marina

- ¿Qué dices muchacha?
- Perdóneme usted….pero espérese. Es su hermano. Déjelo usted que lo odie un rato, que lo mate en su cabeza. Mátelo usted también a él y tómese un café con un bollo. Y luego lo llama.

Y don Fulgencio se le quedó mirando unos segundos, con los ojos entornados y sin moverse del quicio de la puerta.

- No marques Elena, espérate.

Y se metió en el despacho otra vez.

Y afuera se oyó un bramido salido de las entrañas de la tierra….

¡¡ Hija de putaaa !!
Foto: José Luis Nocito

domingo, 5 de diciembre de 2010

¿POR QUÉ?

Ya es de noche. Son las nueve y no queda nadie en el taller. Sólo la dueña, con tres alfileres en la boca, rematando un apunte de pedrería en el borde de una manga del vestido. En el centro del salón, encima de una tarima, un maniquí con el maravilloso vestido de novia. La modista da las últimas puntadas y se yergue. Se retira dos pasos atrás y contempla el vestido terminado. Se acerca otra vez, se agacha y airea el vuelo de la espléndida falda fruncida de tafetán. Perfecto y a tiempo. Mañana es el día. A continuación se dirige a la mesita auxiliar, coge unas tijeras y con un gesto firme y decidido emprende una sucesión de cortes caóticos que dejan el vestido hecho jirones, colgando del maniquí en una imagen desoladora. Vuelve a dejar las tijeras en su sitio, apaga la luz y se marcha cerrando la puerta del taller con las dos vueltas de llave de todos los días.

La familia y los invitados se retiraron después de la cena. Ahora todo está en orden. El mayordomo, con un paño de algodón blanco se dirige a la vitrina del comedor. Abre delicadamente la puerta y toma una magnífica copa de brandy de cristal de bohemia del estante. Acerca la nariz a la boca de la copa y cierra los ojos sintiendo que aspira los aromas exquisitos de los licores con que se deleita el duque cada noche. Luego levanta la copa, la escruta a contraluz y retira con el paño dos motitas de polvo de la panza. A continuación alarga el brazo, respira hondo y la deja caer sobre el suelo de mármol. Va tomando una tras otra todas las copas de la vitrina y las va dejando caer al suelo como en un solo marcial de platillos de una sinfonía helada. Con la vitrina vacía, se gira sobre sus talones y abandona ceremoniosamente la estancia con el paño doblado sobre el brazo izquierdo.

¿Por qué?

domingo, 28 de noviembre de 2010

MUCHACHA DURMIENDO CON GATO. Renoir


-¡Ven, ven, deja de bailar, siéntate!.

-¡Ja ja ja ja, los pintores sois gente tan divertida!, ¡Ahh!, ¿me vas a pintar?, ¡Sí, sí, píntame!, ¡saca lo mejor de mí, querido pintor!. ¡Píntame hermosa para que encuentre un marido rico que me saque de Montmartre!. ¡Sí, déjame que pose para ti, eres tú mi artista preferido!

La joven está acalorada porque ha estado bebiendo y bailando con los pintores en la taberna. Está agotada, de reír, de dejarse querer de mesa en mesa. Es primavera y florecen los tiestos en las ventanas. Es muy joven y muy bella, pero su padre ya no se opone a que festeje con los pintores porque algunos de ellos están vendiendo muchos cuadros y ya están en boca de todo París.

- Ah, impresionistas, estáis todos locos. No os quiere nadie, pero yo os adoro. Déjame que me ponga el sombrero. ¡Píntame como pintas a esas damas!
- Tú eres más linda querida niña. Tú eres la vida.

Pierre-Auguste mira a la joven y ve un enorme seno materno rebosante de leche. Y se abren los capullos del pequeño bouquet que adorna el sombrerito, y de entre ese mar de faldas azules emerge también azul un gatito al que todos conocemos. Ah, mi pequeño gato de Cheshire feliz, dormido, de vuelta en el regazo en el que nunca estuvo…

sábado, 20 de noviembre de 2010

ME LLAMÓ

Me llamó. Dijiste que me iba a llamar y efectivamente, lo hizo. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de quién era, y cuando ocurrió ya era demasiado tarde. Estuvo exquisito, amable, delicado. He de reconocer que no estoy acostumbrada a estas actitudes por parte del otro y no pude evitar cierto recelo al principio. Seguro que él se dio cuenta pero no me lo hizo ver. Fue una conversación cálida y no muy larga. Al final era imposible que las cosas terminaran de otro modo.

Hablamos de mí, de ti, de la vida, de las sorpresas de la vida, de las posibilidades de la vida. Hablamos de los riesgos, las apuestas, los miedos, los arrojos. De la incertidumbre. Siempre la incertidumbre. Tú sabes que yo siempre me enfrento a la incertidumbre como si fuera un episodio con un principio y un final, un escollo ante el que hay que tomar decisiones. Yo siempre he vivido afrontando incertidumbres, una tras otra. Uno encuentra un socavón en el camino y tiene que optar por saltarlo o por rodearlo. Yo sé que más tarde aparecerá otro, o no, o lluvia, o viento. Así se lo expliqué. Y también que he aprendido a esperar, a no anticipar. Yo le hablé, le hablé de mis cosas. Casi sin darme cuenta. Y él me escuchó. ¿Qué más puede uno pedir?.

Él tiene otra visión, él cree que la incertidumbre es la alfombra que amortigua nuestros pasos en la vida. Me resultó muy interesante esa percepción como de atmósfera, como de clima, de banda sonora. Me hizo pensar…y sorprendentemente me sobrevino cierto alivio ante la sola idea de adoptar esa perspectiva. No hay que vivir la lotería de la vida como una batalla tras otra, con esa dura tensión del riesgo de equivocarse, o de la amenaza de lo terrible. Uno no se equivoca cuando sigue su instinto, me dijo, y lo terrible no viene de fuera, no hay que temer lo que viene de fuera. El horror está dentro de nosotros y no hay nada más pueril que el temor a lo desconocido. La vida no es una lucha por un destino feliz, es una ocasión para el goce, para la felicidad en presente. Única ocasión. Y ese es el precepto que uno debe observar ante cada decisión. De tal modo me habló con esa voz tan envolvente.

Y es verdad, amor mío. Es cierto. Lo vi entonces con una claridad incuestionable. No tuve más dudas. No cabía más alivio en mi pecho. Y fui capaz, por fin, de mirar la realidad de frente: tú eres mi vida y el camino hacia ti es el único que quiero recorrer.

Tú me dijiste que tu alma era mía y que él vendría por ella. Yo nunca había tenido que hacer frente a compromisos de otros. Esto era una cosa entre tú y él. Pero él vino a mí y venía a llevarse lo que era suyo. No tuve dudas. Tú eres mi felicidad y me has confiado tu alma. El quería un alma, le entregué la mía.

domingo, 14 de noviembre de 2010

TARJETA ROJA

El muchachito entra a la cancha de tenis y su monitor está hablando con otra persona. Mira el carro de las bolas y no se decide, se queda quieto sin decir nada. Esperando instrucciones. Al momento llega otro muchachito que ve al monitor en lo suyo, saluda al niño nº 1, coge un par de bolas del carro y le dice, venga, vamos a pelotear. Y pelotean.

Al día siguiente el muchachito nº1 juega un partido de fútbol de la liguilla de colegios de la ciudad. Desde el minuto 1 lo marca a muerte el nº 8 contrario. El entrenador de los otros se fijó en el muchachito en los calentamientos previos y no tuvo dudas, le dijo al 8, el 6 que no la toque. El 8 se come al 6. Lo abraza, lo sujeta de la camiseta, y el 6 no juega, trata de zafarse, a veces se escapa pero no. Nada. Alguna vez mira a las gradas buscando a su padre. El árbitro no se entera y en una de esas el 6 le pega un empujón al 8 y se escapa. Gol. En la siguiente jugada, otro empujón, al suelo. Gol. Tercera ocasión, guantazo. El árbitro lo ve. Roja. “¡Me da igual! ¡A la mierda!"

“Los entornos seguros no favorecen el proceso de la vida”. Como lo oyen.

Al parecer, desde más de cien años antes hasta la extinción de los dinosaurios sólo existían unas pocas especies de mamíferos. En un medio ambiente estable la selección natural se enlentece, las especies están suficientemente adaptadas y no se producen los cambios externos que condicionan la supervivencia del fuerte y la eliminación del débil. A partir de ese momento, teóricamente cataclísmico, en que se extinguen los dinosaurios y hasta nuestros días, con unas condiciones ambientales nuevas, se dispara el fenómeno evolutivo y surgen las casi cinco mil especies que se cuentan en la actualidad. Surgen más. No sabemos cuántas se han podido quedar en el camino. Esa es la otra cara de la moneda. Hay que asumir riesgos y pérdidas.

domingo, 7 de noviembre de 2010

EL HOMBRE CONTENTO

A Pedro Fresneda no le hace ninguna gracia el rollo del autobús, ni el del instituto, en realidad. Pero ahí está, en la parada, recién salido de clase con su carpeta mugrienta sus vaqueros sucios y su cazadora gastada. Está esperando el dos, que lo llevará a su casa. Al lado su colega, el Marro, con los auriculares puestos y tecleando frenéticamente en su reproductor de música con el pulgar de la zurda. Están sentados en un banco estrecho con la espalda apoyada en el cristal de la marquesina. Con esas pocas ganas que parece que tienen los adolescentes. Al otro lado de la calle una pequeña plaza con un árbol milenario en el centro. Dan a la plaza una farmacia, un restaurante y en la esquina una floristería.

El dos no llega y los dos muchachos siguen allí, inmóviles. Lo que pasa por sus cabezas no se traduce en movimiento alguno. Pedro mirando al frente con un mechón grasiento estropeándole el campo de visión, y el Marro tecleando con la cabeza hundida en el cuerpo. Sale de la floristería un empleado que deja en la puerta un enorme cubo con restos de plantas y flores. Pedro murmura “será gilipollas”.

Y en ese momento aparece un hombre joven de la puerta del restaurante, de unos cuarenta años, con un traje de chaqueta azul marino y una corbata naranja. Sale con el móvil en la mano, marca un número y espera. Pocos segundos, en seguida sonríe abiertamente y se lleva la mano derecha a la nuca, y empieza a hablar. Habla animadamente, de vez en cuando se ríe y acompaña la risa con gestos, se inclina hacia delante, se rasca el cogote, se arregla la corbata. Está contento.

Pedro lo está viendo, le da un codazo al Marro y le dice “será gilipollas el tío”. El Marro, ni caso.

El tipo sigue hablando por teléfono y moviéndose por la plaza. Se acerca al cubo de basura de la floristería y toma una rosa pequeña y medio deshojada y se la da a una estudiante que pasa por allí con un guiño. Ella la coge y se la lleva riéndose. Desde el mostrador de la farmacia el mancebo lo ve como empieza a caminar, un pie tras otro, por el bordillo que rodea al árbol de la plaza con el móvil en la izquierda y equilibrándose con la derecha. Se queda mirándolo entretenido y le devuelve un saludo cuando el hombre pasa por la puerta de la farmacia en su ruta circular y le sonríe.

Hace una buena tarde. No hace calor y es agradable mirar al hombre contento. La alegría ajena anima mucho, o entretiene, o da envidia, sí. El Marro ha dejado de teclear su maquinita y también lo está mirando. Pedro hasta sacude la cabeza para quitarse el pelo de delante de los ojos. Y ya son cuatro: los dos muchachos, que ahora miran como si acabaran de salir de la adolescencia malhumorada, el mancebo de la farmacia y el empleado de la floristería que incluso ha salido a la puerta y se ha encendido un cigarrillo.

El hombre se gira hacia la esquina, cuelga el teléfono y se lo guarda en el bolsillo de la chaqueta. En seguida aparece otro hombre joven trajeado. Los dos se acercan rápidamente, se dan la mano, se abrazan, se miran de arriba abajo, se ríen a carcajadas, charlan y se dirigen despacio hacia el restaurante. En el corto trecho se paran varias veces, se miran y se ríen.

Los cuatro mirones tienen una sonrisa pánfila de la que no son conscientes. Se dan cuenta cuando los dos hombres desaparecen por la puerta del restaurante y notan cómo se les relaja la cara poco a poco.

No sé si soy el hombre contento o Pedro Fresneda.

lunes, 1 de noviembre de 2010

LA PUERTA

Si una puerta esta abierta del todo es que los dos lados son un mismo espacio. Si está cerrada es que son mundos independientes. Pero si una puerta está entreabierta es que están ocurriendo cosas a ambos lados. Y esas cosas tienen que ver.

Me encantan las puertas entornadas.

Esta tarde estaba tumbada en el sofá con la mantita viendo una película. Los demás en sus cosas. Las puertas entreabiertas. No sé cuánto tiempo llevaba ahí, pero en un cambio de postura sobre el cojín he visto la cabeza del gato de Cheshire que me miraba desde la puerta entornada del dormitorio.

- ¡Hola!
- Hola, estás muy guapa.

Me pregunto por qué ha aparecido esta vez al otro lado de una puerta entreabierta. Normalmente se materializa delante de mí. Se deja ver. Se me regala. Hoy no. Hoy miraba desde no sé cuándo, y a distancia, desde el otro lado. Le hice un hueco a mis pies en el sofá.

- ¿Te apetece?, ven.
- No, no.

Esa distancia me ha dado frío. Me miraba serio, triste, con el pelo mate y los bigotes flácidos. Yo he esperado un poco más y me ha preguntado

- ¿Has visto a Alicia?
- Sí, ayer la vi.
- ¿Está contenta?
- Muy contenta.
- Hum.

Se ha quedado quieto por un instante y se ha ido hacia dentro del dormitorio. A mí se me han saltado las lágrimas y me he levantado tras él. Al empujar la puerta de la habitación lo he visto recostado en una esquina de mi cama, con la cara apoyada sobre las manos, mirando por la ventana. Ha girado la cabeza al oírme, me ha mirado con ojos de cristal y se ha desvanecido.

No sé qué le pasa al gatito de Cheshire


jueves, 28 de octubre de 2010

MIEDO

- Creía que había salido del cascarón, pero no.
- ¿No?
- No. Estoy dentro aún. No salgo y esto no puede ser.
- Pues sal.
- Ya.
- Vida no hay más que una.
- Ya.
- ¿Y te compensa estar ahí escondido?, ¿qué temes?
- No. No sé.
- ¿Que sea mejor fuera que dentro?
- Qué va. No sé.
- ¿Que te guste?, ¿Que sea un puro exceso de gozo?
- Ay, déjame.
- El gozo no es para ti, ¿no?
- No, supongo.
- No parece…

viernes, 22 de octubre de 2010

A CADA CERDO...

A la niña la despierta su madre todos los días para ir al colegio. Esa mañana no. Son unos gritos terribles de animal los que le hacen abrir los ojos. Quieta, abre los ojos pero no respira. Qué miedo.

Su prima, que ha dormido con ella, la remueve de un codazo.

- Levántate rápido, que ya están matando.

Han dormido en una vieja cama de pueblo, hundidas en el colchón de lana, pegadas la una a la otra y aplastadas bajo una montaña de cobertores, mantas y colchas centenarias que huelen a humo y a naftalina.

Qué frío hace en esa casa, a mediados de Noviembre, todos los años. La muchachita no se atreve a levantarse sólo de pensar en el frío que hace fuera de esa cama manchega. Abre la boca y se distrae exhalando vaho despacito, con la nariz congelada y las manos metidas en las mangas del pijama. Pero la prima no espera, ya está vestida y en el cuarto de baño. Y la niña no quiere bajar sola. Le da vergüenza, todas esas mujeres, a las que casi no conoce, besuqueándola, mirándola lo grande que está este año, con esas manos bastas y con ese luto vivo de las mujeres de pueblo. Uf, no le gusta, no. Así que pega un brinco y sale de la cama.

Bajan las dos niñas a la cocina de la lumbre y se encuentran la mesa larga llena de primos, unos empezando a desayunar, otros terminando, la tía Encarna poniendo y quitando platos, dando besos, llenando tazones de leche de la de verdad. Cómo huele la cocina.

Aunque la tía Encarna son seis de familia, y los dos novios de las muchachas, ocho, la casa es muy grande, está llena de camas y de sillas, y las ollas y las sartenes son gigantes. Esa casa está siempre llena de gente, y todos los años, para San Martín, es una fiesta. La tía Encarna mata cuatro o cinco guarros y el pueblo entero se mete en su casa a trabajar y a comer. Este año falta la Sagrario, que murió hace unos meses. Esa mujer era el alma del embutido en todas las matanzas del pueblo. Medía las especias a puñados. La tía Encarna ha dicho en el desayuno que veremos a ver este año con los chorizos sin la Sagrario. La niña se acuerda perfectamente de ella, arremangada hasta los codos, de rodillas en el suelo, mezclando las especias en la carne de la artesa con sus propias manos. El Emilio, el pobre viudo, no levanta cabeza. No tenían hijos y se ha quedado más solo que la una. Por allí andaba con los hombres, serio, apartado, mal vestido y sin afeitar.

Los muchachos de la casa y del pueblo, y los primos que han venido de fuera desayunan corriendo y se dispersan por la casa y por las calles. Los más mayorcitos se esconden a fumar. Los pequeños se bajan a la cerca a ver a los animales, a buscar huevos, se acercan con cuidado a las enormes y peligrosísimas calderas humeantes donde se cuece la cebolla para las morcillas. Las niñas ayudan a las mujeres a recoger y a preparar para el embutido. La niña de la ciudad es torpe con esas cosas y las primas del pueblo que son un poco brujas se ríen siempre de ella, así que se escabulle y se acerca sigilosa a la casa del abuelo, al otro lado de la calle, donde los hombres están matando al tercer marrano. Se cuela por el corral y se asoma a un cuarto grande de aperos, donde se mata. El guarro es descomunal. Lo sujetan entre cinco, acostado de lado en una mesa de madera, el animal se retuerce y chilla de un modo tan horrendo que a la niña se le eriza la piel. Los hombres no parecen inmutarse por eso y uno de ellos, el matarife, le clava un cuchillo espantoso en el cuello y empieza a brotar sangre oscura y caliente de la cabeza del animal que se recoge en un cubo de aluminio que hay en el suelo.

La niña ve que su padre está entre los hombres. Pero él no es como ellos. No está tan gordo, ni es tan bruto, ni fuma, ni lleva un jersey viejo. Lo mira escondida desde detrás del quicio de la puerta. El padre la ve y le sonríe. Qué guapo es su padre, piensa ella. Él no está sujetando al guarro, está en la escena, pero apartado, mirando, como ella.

De pronto, la niña oye …chsss, chsss… desde el corral y se da la vuelta. Es el Emilio, que está detrás de una tinaja. ….Niña, ven, ven aquí… ven mira, mira qué pajarito tengo…La niña se acerca despacio, con un poco de miedo. Y allí está el Emilio, con los pantalones abiertos y esa cosa oscura en las manos sucias. De pronto, aparece el padre de la muchachita, coge una pala que hay apoyada en la pared y con una la fuerza que procede del instinto, de lo más atávico, del big bang, loco, el padre golpea al Emilio en la cabeza, que cae al suelo sin sentido.

sábado, 16 de octubre de 2010

UNA CASTAÑA

- Hola. ¿Cómo estás?. Qué ganas tenía de volver a verte..Se me ha hecho muy largo todo este tiempo.

El joven bajó la mirada y se metió las manos en los bolsillos. Sacó una castaña.

- Mira, qué gracia. ¿Sabes cuánto tiempo lleva esto aquí?. Un año, un año exactamente. Desde la última vez que nos vimos. Compré un cucurucho a una castañera en Lavapiés ¿te acuerdas que te lo conté?. No quise volver a ponerme esta chaqueta desde entonces. Y mira, volver a ti, a ese día gris del otoño de Madrid. Se cierra el círculo.

Estoy muy solo. Te echo mucho de menos. Ya lo hemos hablado otras veces pero yo no puedo cambiar las cosas. Estaré loco como me dicen muchos. Sí, puede que lo esté. Pero mi realidad eres tú y eso no puedo negarlo, ni obviarlo siquiera. ¿Es que puedo vivir sin ti?. ¡No!. Cada día, cada minuto de cada día, cada segundo estás en mi cabeza. Te necesito para levantarme, para trabajar, para relacionarme con los demás. Sin ti no soy nada. Eres mi novia. Mi futuro. Sólo te tengo a ti. Sin mi novia no soy nadie. Todos están deseando conocerte, y yo les pido paciencia, una y otra vez, pero no podemos esperar más.

El muchacho bajó la voz. Se dio cuenta de que lo miraban. Guardó silencio un momento y prosiguió.

-A veces pienso que no me quieres, pero no. Eso no puede ser. Nos conocemos desde hace mucho tiempo y ha habido muchas ocasiones en las que habrías podido abrirme los ojos respecto a tus verdaderos sentimientos hacia mí, si es que fueran esos. Y no lo has hecho. No, no, no. Si no me quisieras yo ya lo sabría. Claro que me quieres.

Dios mío, qué guapa estás con ese vestido. Te reirás de mí, pero sabía que hoy te pondrías ese vestido. Sí, ríete, ríete. Lo sabía. ¡Y el abanico!, sobre el abanico tenía dudas, pero ahí está. Qué belleza Dios mío, qué guapa estás.

El joven suspiró, el suspiro más hondo que jamás se haya escuchado. Después, miró fíjamente a los ojos de la muchacha.

- Ven, dame la mano.

Y le tendió la mano con determinación.

- Dame la mano por favor, sin juegos. Dame la mano….Soy un hombre. No juegues más conmigo….¡Dame la mano te digo!

Varias personas habían estado presenciando la escena, y poco a poco se fue acercando más gente. El muchacho se giró hacia ellos y gritó,

- ¿Qué hacen ustedes ahí?, ¡déjennos en paz, esto no es asunto suyo!

Y se volvió de nuevo a la muchacha.

- ¡¡Dame la mano ya, o te mato!!, ¡estoy dispuesto a matarte si no me hablas hoy!. ¿No?, ¿No?.

Sacó una navaja automática del bolsillo y la abrió en un clic. Una mujer uniformada se acercó corriendo

-¿Qué hace?, ¡atrás!, ¡atrás!, ¡eso es una obra de arte!, ¡está loco, está loco, ayuda!

Pero no llegó a tiempo.

lunes, 11 de octubre de 2010

OVULANDO

Ayer pasé muy mala tarde. Me dolía el vientre. Estaba ovulando. Me da no sé qué ovular a mi edad. En realidad, lo que me altera es que los demás sean conscientes de que yo, con los años que tengo, ovulo y menstrúo regularmente. Me siento como si todos me miraran de reojo y pensaran …anda que ésta, con esas arrugas y empeñada en seguir siendo joven…Se de sobra que eso son cosas mías, que PROBABLEMENTE nadie me mira de reojo ni nada de nada. Pero me da un pudor y una vergüenza que para qué contar. Y la culpa no es mía del todo, ojo. No hay más que ver los anuncios de salvaslips, esas púberes…. No hay más que entrar a un baño público de señoras y ¡ahí lo tienes! El recipiente para depositar los apósitos higiénicos, identificado con una etiqueta en la que se ve la silueta de una jovencita minifaldera de melena vaporosa (que yo no soy desde hace muchos años…si es que alguna vez lo fui). La pegatina como queriendo decir “¡eh, chicas, los tampones usados aquíii, graciaaas!”, y al mismo tiempo…”y tú qué miras, fósil, tu compresa para las pérdidas de orina te la guardas en el bolso y la tiras en tu casa, vieja”. Es una putada, pero esta fertilidad residual en señoras de mi edad es algo a disimular. Digan lo que digan.

Yo no hago mención de estas cosas ni en casa. Mis hijas se quejan abiertamente de sus dismenorreas y sus ovulaciones dolorosas.. “Oh, Dioooossss, joder mamá, qué dolor de barriga, vaya mieeeeerda de regla, ne-ce-si-to un espidifén ya, por favooor!”. Ese escándalo de dolor que las chicas temen, celebran y fulminan con antiinflamatorios. Qué alegría, cuánta vida. Qué óvulos tan rechonchos y relucientes jugándosela cada mes en sus úteros esponjosos. Con qué ligereza viven mis hijas sus reglas. Se quedan sin compresas cada dos por tres, manchan las braguitas y las sábanas porque no se acuerdan de cambiarse. No saben cuándo les toca…

En cambio yo, no digo nada. Nunca. Como mucho,…”estoy un poco molesta, me voy a echar un rato….”.Mi marido no se entera, ni de las ovulaciones ni de las reglas (ehh!, no quiero risas), ya me encargo yo. Procuro aguantar el dolor a pelo porque los antiinflamatorios me destrozan el estómago y el paracetamol no me hace nada. NUNCA me faltan los repuestos higiénicos, porque repongo a gogo, de forma totalmente programada, en la compra general de cada mes. Ese día procuro que me acompañen mis hijas. Me da cosa ser yo la que deposite los paquetes de compresas en la cinta de la cajera, ya digo. Los miran, me miran, en fin…ya lo he explicado.

Sólo hablo de esto con mis amigas. De vez en cuando, en el café, hacemos una ronda de comentarios sobre cómo va cada una. Monitorizamos, podríamos decir, el advenimiento de la menopausia a nuestra pandilla de cincuentonas. “Yo como un reloj”…”a mí ya se me va adelantando”…”yo este mes ni papa”…en fin. Yo sufro en estos cafés. Ellas se mondan, pero yo sufro. Le llaman tardes de porno, porque hablamos de las dos equis, XX, de botox y de tampax. Personalmente, la verdad, lo encuentro un binomio horrible. Así que ni con ellas me gusta hablar de esto.

Ayer lo pasé mal, porque me dolía mucho, más todo lo anterior. Por fortuna, Vicente y las chicas se fueron al cine y me quedé sola…”no, yo me quedo ordenando los armarios…”. Me tumbé en el sofá con un té calentito y “Ana Karenina”. Y cerré los ojos. Me pareció por un momento que ese dolor de la ovulación tenía algo de humano y me estaba queriendo decir algo, así que escuché a mi vientre. A mi edad no duele la barriga, duele el vientre. Las que hemos sido madres y nos hemos abandonado alguna vez al gobierno de nuestros órganos reproductores, crecidos, maduros, esplendorosos, exultantes de hormonas. Las que hemos vivido eso, les profesamos un afecto especial. Imposible que mis hijas sientan sus ovarios abrirse ni su útero descamar. A ellas les duele “que te cagas”, y ya está. Por eso yo no uso el genérico barriga, donde caben tripas, bilis, heces. Yo digo vientre, más femenino, más germinal. Mis amigas y mis hijas se descojonan de mí por ello “anda mamá, con el rollito del dios te salve …de su vientre Jesús, juas, juas”. Me da igual.

Pues sí, me recosté, cerré los ojos y me puse las manos en el vientre, eran grietas de dolor que se abrían desde detrás del pubis hacia mis manos. Ese dolor me estaba diciendo, “otra vez, algo bueno puede nacer si tú quieres, puedes hacer que algo nazca. Tienes tiempo. No demasiado, pero aún tienes algo de tiempo. Te lo digo hoy y aún te lo diré unas cuantas veces más. Pero escucha, puedes hacer que algo bueno nazca. Está en tus manos. Piénsalo”.

martes, 5 de octubre de 2010

TRES CAPAS. KEEP PLAYING. BURIED

Volviendo a la experiencia de la belleza. La belleza de la obra de un autor en este caso.

Punto nº 2: se trata de una experiencia en capas.

De entrada gozamos en una primera capa en la que uno contacta con la obra, o la obra contacta con uno. Manda mucho la obra aquí. Es un momento binario: si-no, de retina, de oído, de respuestas primitivas.

A continuación, un paso hacia afuera, otra capa y empieza el baile de los símbolos, de las evocaciones. Esta segunda es multidimensional y aquí toma el mando la mirada del observador. Desde ahí uno ve lo que quiere y lo que puede, y ya no responden tanto las vísceras como las propias estructuras de emociones y valores. En esta capa el disfrute es más sofisticado, más perdurable, y aquí la experiencia de la belleza se integra en uno y se enreda en los hilos intrincados del placer.

Y existe una tercera capa en la contemplación de una obra. Es un nivel al que muchos renuncian. Yo no. En él, uno viene a contactar con la experiencia de gozo del creador. Entender los motivos, los puntos de partida, las dudas del autor. Tratar de entender qué busca, que quiere y cómo lo hace. No me interesa nada conectar con el perverso ni con el envidioso. Me muero, en cambio, por que me salpique el pincel de un artista que está lleno de ganas y de proyecto. El disfrute que contagia, la pasión por la vida y desde qué perspectiva. Eso que está detrás de la obra también lo quiero. Esa otra capa. El autor vive en mi época o no, pero quiero saber qué le gusta, por qué ha hecho eso así. Quiero saber todo eso, y si no puedo me lo invento. No renuncio a disfrutar de ese fenómeno que es el deseo y el placer del creador.

Todo esto es teoría y a lo mejor no me explico bien. Existe una fotografía que siento que ilustra esta experiencia en tres capas desde el momento en que la vi, hace ya tiempo. La autora es una fotógrafa amiga, Pepa González. Esta es la foto. Se titula Keep playing.


¿Qué ves tú?

En mi primer contacto yo siento que me interno en una nebulosa de armonía plástica. Un arco iris de grises cede el protagonismo a una escena delicada y silenciosa. Es una caricia con una pluma. En seguida salto de capa y siento que empiezan a abrirse capullos, uno tras otro. Blop, blop, blop. La autora ha recreado una hermosa imagen de vida, y para ello ha empleado elementos antitéticos: el viejo, los grises, la quietud. Dónde está la vida, pues. La vida está en las ganas del viejo, que se ha despojado de todo lo accesorio y se ha quedado con el deseo de disfrutar, con sus ganas de pintar aves. Así lo ha hecho Pepa, ¿no es eso ser un artista?, ¿eso qué es?. La autora ha visto la vida en el viejo y sabe que la vida se abre camino sola; por eso le quita el color a la foto y acomoda al viejo en un lado de la escena. ¿Era eso?. Ella hace su ofrenda, que sea la mirada del observador la que vea, si quiere, si puede. ¿Qué habéis visto vosotros?. Tocada, estoy profundamente tocada. Y salto hacia fuera. En la tercera capa, añadiendo un plus de placer, la fotógrafa. Yo no la vi, pero puedo imaginarme a Pepa escondida detrás de unos arbustos, primero decidiendo detrás de qué arbustos, decidiendo sobre la luz, sobre el color. Me puedo imaginar la intensidad de ese momento suyo y yo quiero esa intensidad de su momento adherida a mi contemplación de la foto. Si alguien no la quiere no es asunto mío. No sé si me explico…

Buried. Un contratista americano en el Irak de la posguerra se despierta maniatado y amordazado en el interior de un ataúd. Enterrado. Otra experiencia, en capas. Esta vez es una película. En lo más profundo, la angustia. Un retrato exhaustivo de la experiencia vital más aterradora. La negación. La lucha. La desesperación. El horror. La potencia de este impacto es irresistible. Imposible.

Hay más. Una capa más afuera. El director no emplea más medios que un único actor encerrado en un cajón de madera con un teléfono móvil y un Zippo durante todo el metraje. Pero otra vez menos vuelve a ser más. A través del desgraciado contratista y en esta escena única el director nos planta en la cara el sufrimiento de los que soportan la contienda: el pueblo iraquí y los ingenuos buscadores de oro americanos del siglo XXI. Nos enfrenta a la mezquindad de los gobiernos y a la bajeza moral del ser humano, que es capaz de permanecer insensible al dolor de sus hermanos. Magistralmente, con un actor encerrado en un tosco ataúd, el director nos pasea por un escaparate del horror que los hombres somos capaces de provocar, y tolerar.

Por supuesto que me quedo impactada después de la película. Aún estoy helada. Pero necesito más. No he terminado. Quiero una capa más. ¿Quién es ese director?, ¿Por qué ha hecho eso?, ¿Qué quiere?. Rodrigo Cortés es un joven director salmantino y Buried es su segundo largometraje. Y él mismo se explica: “No se me ocurren mejores razones para querer hacer algo que el hecho de que sea imposible, insensato y poco recomendable. La posibilidad de pisar donde no se ha pisado antes genera vértigo, pero basta con no mirar hacia abajo..Para mí la obsesión principal es la libertad creativa, poder trabajar con absoluta autonomía creativa y saber que las decisiones que consideras las mejores no tienen que ser ni consensuadas ni debatidas ni votadas", ¿Pero no estaba usted asustado de que toda la película transcurriera en una caja? ¿No pensó en hacer pequeñas trampas como incluir flash-backs?
“Nunca, porque hubiera estropeado el reto. El experimento saldría bien o mal, pero no íbamos a salir de la caja. En cualquier caso, viendo las películas de Alfed Hitchcock había aprendido que no importa ni el tiempo real, ni el espacio real, sino que lo verdaderamente importante es el tiempo y el espacio fílmico. Aunque yo fuera a hacer la locura de rodar una película entera en una caja, eso no estaba reñido con la idea de que la película tuviera una intensidad enorme, y fuera toda una experiencia llena de tensión. Un buen director lo conseguiría”.

Su pasión, sus ganas, su locura. Miradle los ojos, las manos. La tercera capa.

viernes, 1 de octubre de 2010

CONDENADA

Es de noche y hace frío. Se oye un golpe contra las puertas abatibles del pasillo. Me asomo y veo aparecer al celador con la cama. Espero. En la cama viene una vieja, muy vieja. Ciega. Le falta una pierna y tenemos que amputarle la otra por gangrena. La cama pasa delante de mí hacia el puesto de antequirófano y yo miro a la vieja en su trayecto. Parece un muñeco de cera, arropada con descuido con las mantas y sábanas raídas de un hospital en decadencia. En realidad, desde el golpe de la cama contra las puertas hasta el final de esta historia todo es decadencia. Así debería llamarse esta historia. Decadencia moral.

La vieja lleva puesto un gorro de quirófano del que salen mechones de pelo blanco tiesos, sucios, desordenados. Lleva la boca abierta y le faltan dientes. Tiene los labios resecos y la mirada fija, inerte. Unos ojos azules, mates, con legañas, que estuvieron vivos un día y debieron ser maravillosos, pero hoy son ojos muertos. Lleva las manos un algo levantadas por encima del embozo desarreglado, un poco abiertas, como en garra, como buscando un asidero. Se me va un poco la cabeza y pienso con amargura que nadie, ni sus hijas, ni las enfermeras que la atienden, nadie le ha arreglado las sábanas, ni le ha humedecido los labios, ni le ha limpiado las legañas. Nadie le ha proporcionado a esa pobre vieja el sosiego que un ser humano necesita para dejar reposar las manos en la cama. Yo la veo pasar y tampoco lo hago. Si eso no es decadencia…

Vuelvo a dirigir mi atención a lo importante. Hay que amputar. Me lo ha dicho el cirujano. Hay que amputar. Y me acerco a la vieja. Puede que esté loca, o ausente. Yo no lo sé porque parece la caricatura de cera de un ser humano. Lo sabré cuando hable con ella. La saludo y le pregunto si sabe dónde está y a qué ha venido.

- Me quieren cortar la otra pierna. Pero yo no quiero. No me haga usted nada. Déjeme que me muera ya.

Lo que yo le contesté no lo escribo. Por absurdo. El caso es que me sacudió fuerte la historia de esta vieja, más fuerte que otras veces y tomé una decisión sin pensarlo mucho.

La pasamos al quirófano y ella no protestó. Las enfermeras revoloteaban saltarinas a su alrededor colocándole cables de monitorización, y sueros, prodigándose en ridículas expresiones de cariño. La vieja mantenía los brazos encogidos y las manos queriendo asir algo. Las enfermeras trataron de colocárselas extendidas en los reposabrazos de la mesa del quirófano pero ella se resistía con un vigor inusitado. No había ofrecido resistencia a ninguno de nuestros manejos, pero a eso sí se opuso. No consintió. En lo único en lo que pudo hacernos frente, lo hizo. En donde no tenía nada que hacer no se tomó la molestia. Ella mantuvo los brazos flexionados con una fuerza extraordinaria y yo di orden de que la dejaran así.

Mientras las enfermeras acomodaban a la vieja en la mesa y ordenaban todo el instrumental quirúrgico yo había cargado las jeringas con la medicación previa a la anestesia. Entre el batiburrillo de medicamentos incluí uno que no era tal, y se lo inyecté a la vieja con la misma naturalidad con que le inyectaba los demás. No tuve dudas. Ninguna. Y nadie advirtió nada.

A partir de ese momento tenían que ocurrir cosas. Entonces sí noté que mis músculos se tensaban. Lo primero fue que se alteró el trazado electrocardiográfico del monitor de constantes. El complejo rítmico y monótono que generaba el bip-bip de fondo fue sustituido por una línea caótica de ondas irregulares. Yo fui testigo de ese momento. Nadie más. Nadie observaba el monitor en esos momentos de preparativos excepto yo, y la alarma acústica tardó un segundo en activarse. La pobre vieja y yo estábamos en ello. Nadie más.

Y empezó el lío. Alguien me dijo “¿está fibrilando? “ y yo me hice el sorprendido. Me entretuve en revisar los cables, los terminales adheridos a la piel de la vieja, en verificar si ella estaba consciente…Unos segundos más antes de fingir que decidía sobre las maniobras de reanimación. Todos empezaron a correr, a traer cosas, me miraron esperando instrucciones. Era el momento de actuar. Me tocaba a mí.

- Dejadla. No hagáis nada.

El cirujano protestó, -Pero hombre, ¿cómo que nada?

- Dejadla en paz. Ha tenido un infarto. Dejadla que se muera. Ella quería morirse. ¿No la habéis oído?.

Nadie más dijo nada. Y la dejamos morir. Nos quedamos quietos. Nada de golpe en el pecho, ni masaje, ni chispazo. Nada. Esperar. La línea loca del electrocardiograma se fue agotando poco a poco hasta convertirse en un trazado plano. Eso es morirse. Fueron pocos minutos en que todos estuvimos viendo a la vieja en su muerte. No la acompañábamos. La mirábamos en esos escasos minutos del tránsito en que la sangre deja de fluir, los procesos celulares dejan de funcionar y no sabemos exactamente qué pasa con la conciencia: ¿sueño dulce?, ¿túnel?, ¿la luz al fondo?. La vieja no se había movido en todo este transcurso, pero cuando el trazado del monitor se hizo plano los brazos fueron abandonando suavemente la enérgica demanda de clemencia que escenificaban, para quedar con las manos posadas sobre el vientre. Así ocurrió.

No.

Es mentira.

No la maté.

La anestesié perfectamente. Fue perfectamente amputada y así nos la fuimos quitando de en medio, sucesivamente unos tras otros, con toda la asepsia que nos correspondía, para olvidarnos inmediatamente de ella. La pobre anciana que abjuraba de su condición de ser vivo ante todo el que la quisiera escuchar. Y nosotros ni caso, a lo nuestro. A salvarle la vida, que para eso nos hemos formado. Para salvar vidas.

La vieja salió por el pasillo igual que había entrado. Con su gorro, sus legañas, sus manos crispadas y en silencio. Con la mirada perdida, y un poco más mutilada. Condenada a vivir.

Yo no la maté, contribuí heroicamente a salvarle la vida. Y aún vive, he preguntado por ella, pero yo estoy un poco más muerto desde ese día.

lunes, 27 de septiembre de 2010

SIDONIE

- Date prisa, que llevas tres horas en el cuarto de baño.
- Joder.
- Ni joder ni leches, llegamos tarde.

Salen de casa sin hablar. En el ascensor se mezclan sus perfumes pero ellos dos no se tocan. Tienen un aspecto magnífico. Por separado.

Se equivocan de local, y se lo reprochan mutuamente. Durante muchas frases. Durante silencios estratégicos mientras buscan el local verdadero. El IRA auténtico. Hay kilómetros de distancia entre el asiento del conductor y el del copiloto esta noche. Y un arsenal nuclear debajo de cada uno de ellos. Pero llegan, y a tiempo, parece.

En la puerta se produce el primer gesto. Llegan los dos con el ceño fruncido. Pero él se detiene antes y deja que ella se coloque delante. El vigileta espera. Él saca las dos entradas del bolsillo y se las entrega. Adelante, disfrutad. Ella aún guarda luz suficiente para inaugurar el local, aunque ya hay gente dentro. Luz mate, pero luz. Él entra inmediatamente detrás. Le guarda la espalda. Media entrada. Gente normal. Animados y esperando.

Titubean pero él decide. Muy serio la toma de la mano y se adelanta hacia la barra. Se acabó. Otra vez no pasa nada. Ella relaja los hombros y llena el pecho de aire. Hace años él hizo lo mismo cuando todavía no se habían tocado, y se derritieron los polos. Cogerla de la mano y abrir camino. Y ahora, los polos se derriten otra vez. ¿Es posible?.

Mmmm. Quiero olerlo, quiero olerle el cuello. Quiero morderle.

No se dicen nada pero ya no tienen el ceño fruncido. Aún no se han dicho nada desde que se reprocharon la equivocación del local, pero él abre hueco hacia la barra, pide un par de cervezas, paga y vuelve a tomarla de la mano buscando a los amigos. Los encuentran, se saludan y se acoplan. El grupo está a punto de salir. Media cerveza.

Los músicos salen. Y se entregan. Como si no hubieran pisado otra sala en su vida. Axel juguetea con las baquetas y con la boca, y ella aprieta los dientes en una sonrisa máxima. Se gira y él le devuelve una media sonrisa. Empieza el concierto: “son las seis he dormido mal es un día gris…” . El público corea la letra en el paroxismo del principio. Y bailan, y cantan.

Nuestros protas se han relajado y disfrutan con sus amigos, pero cuando se cruzan las miradas empiezan a saltar chispas. De vez en cuando. ¿Otra cerveza?. Ahora va ella a la barra y se lleva puesto un pellizco en el culo. Mientras, Marc está "sentado en la nube más alta…." En la barra ella mira y la miran mientras espera. Cuando vuelve Marc está bajando del escenario y pide al público que se siente en el suelo. Ella llega justo a tiempo de sentarse y se le cae un poco de cerveza en la cara y en el escote. Él se le acerca y se la limpia del cuello con la lengua. Marc está de pie delante de ellos dos. Se ha dado cuenta y les guiña un ojo en mitad de "el giraluna".

Termina la canción, él le da la mano para ayudarla a levantarse del suelo y la recibe en lo alto con la boca. Lo propio hace Jesús con Marc ayudándole a subir al escenario. Y la siguiente, "en mi garganta", ya la escuchan y la cantan entrelazados. El le susurra al oído un fragmento de la letra: "está en mi garganta, está en mi garganta, me está cortando y sangra, me está cortando y sangra, me ahoga el te quiero que jamás podré decir". Mmmm. Ya está. Ya lo has dicho. ¡Ya está!.

La última canción que escuchan, y no del todo, es "El incendio". Nuestros chicos se han apartado a un rincón del local y se han enfrascado en un increíble muerdo adolescente con una excitación fuera de control. "Arden, ohh, ohhhhhh arden los muros y los tejados, arden las sombras de tu pasado, arden en llamas nuestros abrazos oh, oh…"
La canción no ha terminado, pero ellos salen rápidamente de la sala medio desabrochados, buscando el refugio del coche. …Esto es el incendio, esto es el incendio, somos un incendio sin control….

Y después a casita, que mañana han quedado temprano para ir a recoger a los niños.

jueves, 23 de septiembre de 2010

EL ESQUELETO DE LA BELLEZA

Me encuentro esta imagen en Internet. Sublime, increíble. Inmediatamente pienso en el autor de la foto. ¿Quién hace una radiografía a una rosa?, ¿qué busca?. No cuelga la radiografía de unas tijeras, o de una pelota. De una rosa. Por otra parte, no fotografía la rosa en su rosal, o en el jarrón. Y probablemente lo habría hecho bien. Toma la rosa, la coloca sobre el chasis de rayos X y la ametralla de electrones. Eso no es materializar la belleza, eso es una pregunta. ¿Dime, de qué estás hecha?. Se me antoja, y esto es cosa mía, que el autor es un joven artista que está buscando el esqueleto de la belleza, la esencia misma. Quiere saber qué hay debajo, cómo se hace, quiere crear y busca claves. Creo que el joven se ha colado en el teatro y se ha escondido entre los pliegues del telón para descubrir el truco del mago.

La respuesta es un chasco, o no. En las entrañas atómicas de la rosa no hay un esqueleto, hay otra rosa. Más sutil, más delicada, evocando un perfume diferente, pero otra rosa. En las entrañas de la belleza no hay más que…belleza

Para saber más sobre la belleza, quizá en vez de disecar una rosa podría haberla mostrado a diferentes observadores. Probablemente habría constatado lo que algunos ya sabemos: que la belleza no reside en el objeto sino que nace del observador. Que la belleza no es una cualidad, no es una idea (no me jodas Platón), la belleza es una experiencia. Y si no, decidme, ¿os parece bella la foto?, ¿a todos?.

Además, la belleza como experiencia tiene mucho que ver con la propensión al goce del observador. Y claro, esto puede poner en entredicho el papel del artista como ente productor de belleza. El artista desea producir un impacto positivo en su público, pero se mueve en un océano de incertidumbre. Pobre Van Gogh.

Sólo hay un camino para el artista, que es el mismo que para el resto. La belleza como experiencia creativa, o como experiencia emocional o sensorial es el único bálsamo capaz de hacernos más llevadero el tránsito por la vida. No lo es el éxito, no el poder, no....La única opción es rodearse de belleza, vivir la belleza, gozar. No hay otra. Y el artista trabaja en torno a la belleza. No está mal. Y, aviso a navegantes, tendemos a disfrutar lo que otros han disfrutado. La experiencia de la belleza en otros es contagiosa y se extiende en tres dimensiones, como el hongo de la bomba atómica. El artista que goza, invita. Como el deportista que goza, como el científico que goza. El artista que regala, que construye, que ofrece, el hombre generoso que comparte, ese es recompensado. No el artista que atrapa, que crea hacia adentro. Sí el que prueba, el que mezcla, el que juega, el que intercambia con los demás. Como en la vida, no, el que vive hacia adentro; sí, el que vive hacia afuera. Las abejas vuelan esparciendo vida en su viaje caótico de flor en flor. Así el artista. Así el fotógrafo anónimo que en su búsqueda de claves nos deja un maravilloso quantum de belleza en esta radiografía de la rosa.

E insisto, la belleza es el único bálsamo. Llámalo arte, llámalo amor, me da igual. Al fin y al cabo, ¿qué le regala el joven enamorado a su amada?, una rosa.

sábado, 18 de septiembre de 2010

EL PERRO SALVAJE

Alzó los ojos y quedó paralizada ante la visión de un perro enorme de color negro que se le aproximaba desde lejos a la carrera, con las fauces abiertas y una horrible expresión de violencia. Por un momento tuvo dudas de que el perro se dirigiera hacia ella así que se giró en el banco mirando a su alrededor, tratando de encontrar a otro, a otra víctima. Pero no había ni un alma en el parque. Pánico. El perro se acercaba rápidamente. Lidia trató de despojarse de numerosas bolsas de ropa que tenía amontonadas en su regazo. Ya oía su trote y sus jadeos. El perro encima. Veía caer sus babas en la carrera. Era un monstruo enorme. Tiró las bolsas al suelo y se refugió estúpidamente debajo del banco. El perro ladraba atronador y a Lidia se le heló la sangre , no podía moverse. No podía respirar. Ni gritar. Era caer al abismo. El perro llegó, asomó el hocico debajo del banco y la atrapó con su enorme boca por un tobillo con un gruñido infernal. Lidia sintió cómo los colmillos del animal se hundían en su carne, cómo la zarandeaba por el tobillo. El dolor era insoportable. Sólo veía polvo, y su cabello arrastrando por el suelo del parque. No oía más que los jadeos y los gruñidos broncos del horrible monstruo negro. Estaba muriéndose y cerró los ojos.

Se hizo el silencio. Sólo el dolor en la pierna. Entonces Lidia abrió los ojos y estaba oscuro. Notó el suelo duro y frío de hormigón. Trató de incorporarse pero no pudo, estaba amarrada de manos y pies, con la boca sellada con una banda ancha de cinta aislante. Entonces recordó. Lo recordó todo y el corazón se le hizo un nudo, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Agua tibia y salada que empezó a rodar por su cara y a gotear al suelo. Sin saber por qué le vinieron a la memoria su madre, y su exmarido, quizá los únicos vínculos amorosos reales de su vida. Le dolía el tobillo, y la entrepierna, y los pechos. Lo recordó todo. Había sido horrible, lo que no recordaba es cómo había llegado a esa nave, ni sabía cuanto tiempo llevaba allí. Se dio cuenta de que no tenía escapatoria y entonces quiso morir.

De repente se oyó una llave abriendo una cerradura y se filtró desde el exterior un haz de luz que le hizo apartar la cara. La silueta de Héctor se dibujó a contraluz. Aún así Lidia le pudo ver la espantosa sonrisa demoníaca que ya había conocido y se encogió en un espasmo de terror.

“Bien, bien, bien….¿qué tenemos aquí?, ¡oh, una linda gatita asustada!...”

domingo, 12 de septiembre de 2010

ESE GATO ...

-¿Te vas a comer todo eso?

Me doy la vuelta y está ahí. No lo he oído llegar. Casi me había olvidado de él. La respuesta me sale sin pensar:

-No, no lo creo. ¿Cómo estás?.

El gato de Cheshire se acerca sigiloso y se recuesta frente a mí con las manos cruzadas.

-¿Por qué no te lo vas a comer todo?

Y a eso no sé qué contestar. No sé si debo comérmelo todo o no. Y él enfrente, observando como siempre. Este gato observa a mucha gente y a otros ni se les acerca, no sé por qué. No sé qué tenemos en común los que somos escrutados por él. No sé qué le interesa de mí, el caso es que viene a verme de vez en cuando. Sus visitas duran cinco o diez minutos y suelen empezar con una pregunta que yo me veo obligada a responder. ¡Y siempre me aturullo y acabo balbuceando una cosa y…y…y la contraria!. Él suele continuar con otra pregunta. Unas veces se asombra “¡Oh!” y cambia de postura. Otras veces se queda pensativo “hummmm…” y se relame los bigotes con deleite. Se marcha pronto. Se desvanece o se aleja caminando hasta confundirse con el suelo, o con el cielo.

Cada vez que aparece a mí me invade una extraña inquietud, y cuando se va siento me quedo sola.

En realidad, creo que siempre viene a sembrar una duda en mí y no sé por qué lo hace. A mí me deja una duda y él se lleva algo. Pero tampoco sé qué se lleva. Cuando le hablo veo que sus pupilas se dilatan y se contraen frenéticamente, como una cámara fotográfica que enfoca para atrapar un momento fugaz, pero al mismo tiempo la danza de su cola es lenta y embriagadora. El fuego y el hielo, todo a la vez en ese gato inaprehensible.

-Quizá es demasiado para comérmelo todo, ¿no?

El gato se acerca a mí y me roza la cara con sus bigotes.

-¿Pero tú quieres comértelo todo … o no?- y se marcha acariciándome las piernas con la cola.

- Uf!!, y yo me quedo viéndomelas con mi propio deseo.

Alicia que es más fría, siempre me dice que no me lo tome tan en serio, pero es que ese gato….

martes, 7 de septiembre de 2010

TRACA Y TRUENO FINAL

Se ha programado un espectáculo de diez minutos que dejará al público sin aliento. Una explosión inicial invoca el silencio y se despliega una suave fachada de lentejuelas doradas, para ir animándose la fiesta después, ganado ritmo y colorido progresivamente. Todos miran al cielo. Arranca una primera sección del castillo compuesta por carcasas con troncos de rayos y truenos, lanzadas en forma de semiabanicos. El público contiene la respiración. Los niños se agarran a las faldas de sus madres. A continuación se enciende una serie de volcanes de colores, susurrados de derecha a izquierda que abren de par en par el cielo de la ciudad en una bella estampa deslumbrante y fugaz. Ohhhh!. Las figuras se suceden alternando cohetes con abanicos, con crossettes y farfalles. Miles de puntos brillantes sembrados en la noche atrapando mudos a los espectadores. Tras unos segundos de silencio, humo, oscuridad e incertidumbre resurge un impresionante grupo de piochas multicolores con decenas de cohetes y a la vez una ruidosa traca ametralladora, antesala de un gran golpe de roncadoras. Se encogen los corazones. Pausa. Y apoteósico trueno final. ¡Pum!. Silencio. Aplausos…

La muchacha espera en el andén. Faltan diez minutos. Ella sabe que va a buscar la cara de él detras de las ventanillas antes de que el tren se detenga. Y la buscará ansiosamente entre los pasajeros que vayan saliendo a la vez de todos los vagones. Nota cómo se le acelera el corazón. Sabe que se les abrirá el pecho cuando se vean y que arrancarán en una carrera de obstáculos hasta abrazarse. Traga saliva. Ya está oscuro. Cierra los ojos y ve cómo se besarán, se olerán, se tocarán la cara. No llega el tren, no llega. Ve el brillo saltarín en los ojos de él y ve cómo la va a agarrar de la mano y la va a llevar corriendo, sorteando viajeros hasta la parada de taxis. La gente que espera en el andén empieza a mirar de vez en cuando al reloj de la fachada y pasea inquieta de arriba abajo. La muchacha siente ya sus labios, la luz de un precioso mediodía de primavera en mitad de la noche. No van a dormir, van a construir miles de castillos en el aire, van a comer chocolate. La megafonía anuncia por fin la llegada de su tren. Otro suspiro. Y otro. No aguanta. No existe nada más y no va a existir nada más, nunca. Este momento es un punto infinito. Se oye un silbato lejano y al girarse ve una luz al final del andén. ¡Ya está aquí!. ¡Ya!.

Él no ha dormido nada y desde hace un rato la está escuchando moverse por la casa. Necesita levantarse, pero es una sombra y ella sigue haciendo, sin verlo. Él mira las manos de ella y se le encoge el corazón. Son las mismas manos. Dios mío. No. Cómo puede ser. Hay dos maletas en el pasillo. Nuestras maletas. No necesita más. Con ellas fuimos a Viena, a Menorca, a Zamora. Con una de ellas yo venía a verla todos los fines de semana desde Tarragona. La maleta saltaba del tren y corría a buscarla sola por el andén. ¡Se va!. Ella pasa un momento a la habitación del bebé y sale con lágrimas en la cara, pero sigue haciendo. Busca algo en su bolso en la penumbra del pasillo. No habla. Él anda detrás de ella, despacio, como un zombie, con los ojos desorbitados sin poder decir nada tampoco. Es muy temprano. Todavía no es de día. Ella sale del cuarto de baño perfumada. Se ha perfumado. ¿Dios mío me vas a dejar aquí tu olor, vivo?. Me muero. Y se va. Saca sus llaves del bolso y las deja encima del mueble de la entrada. Agarra sus dos maletas y sale sin mirar atrás. ¡Se ha ido, se va!. El va corriendo hacia la ventana y la ve desaparecer en el coche. Se oye el llanto del bebé dentro. ¡Se ha ido!, ¡no veo!, ¡no puedo respirar!. Abre la ventana pero no entra luz ni aire. Se ahoga.

jueves, 2 de septiembre de 2010

LA MORITA

Ayer en el trabajo me entrevisté con una morita que venía acompañando a su padre. La chica, una monada de menos de veinte años. Sin velo, con una hermosísima melena brillante recogida en una coleta baja. Vestida a un estilo más bien europeo, con algunos abalorios morunos en las manos. El padre, un marroquí aceitunado de unos cincuenta años con su pelo negro, su bigote negro y sus manos sucias. La morita tenía unos enormes ojos oscuros y una mirada limpia de niña curiosa. El padre me provocó la misma desconfianza que un gato asustado, quieto, que en cualquier momento te puede saltar a la cara. La chica me pidió disculpas porque habían tenido problemas para encontrar aparcamiento y llegaban con casi media hora de retraso. No problem, criatura.

Escarbé un poco en su historia. La chica y algún hermano más llevaban doce años en España, hablan bien el español y tienen sus papeles en regla. Los padres vinieron después, no hablan casi nada de español. Viven todos juntos. Me encantó la morita y le dije que se tenía que casar con un español. Ella se echó a reír un poco avergonzada, como si le hubiera leído el pensamiento. El padre la miró inquisitivo y ella se lo explicó en un árabe cantarín. El se puso muy serio y me miró furibundo. Me asusté un poco y medio le pedí perdón.

Continuamos la entrevista que era sobre asuntos del padre. La morita y yo nos entendíamos perfectamente. Ella contestaba ágilmente a todas mis preguntas, cogía al vuelo mis comentarios y de vez en cuando traducía al padre frases cortas, que eran suficiente. Eran una familia, cada uno con su rol y la chica al menos, perfecta en el suyo. Me hizo varias preguntas a mí, muy buenas preguntas, de naturaleza práctica. Necesitaba mis respuestas para ordenar su realidad y la de su familia. Yo estaba encantada de hablar con ella. No era tímida, no tenía miedo, no tenía odio, era lista, era guapa. Tremendo futuro.

Yo estaba sentada a un lado de la mesa y ellos dos al otro lado, pero los lugares reales en que nos encontrábamos eran otros. Mi morita estaba entre su padre y yo. Y aunque ella probablemente no lo sabe le espera un futuro mucho más prometedor que a muchas de sus amigas, pero tendrá que tomar una decisión llegado el momento, seguro que ya la está tomando: sentarse en mi lado de la mesa o volver a sentarse en el lado de su padre. Cualquiera de las dos opciones lleva implícita una renuncia dura. Pobre morita.

Creo que se vendrá a mi lado, no lleva velo y su padre no se opone. Fantaseo y decido que el marroquí es un buen padre, que adora a su hija, que hizo su propia dolorosa renuncia enviándola a España con sus hermanos, separándose de ellos por buscarles un futuro feliz. Probablemente ahora sólo se opone a ciertas cosas porque ese es su papel. Pero se opone de aquella manera, como un abuelete cascarrabias que siempre acaba cediendo. Si no, la chica llevaría velo o estaría huida. Pensé en la madre de la morita. Me imaginé una mora grande con velo, pero con la energía de una madre manchega, con la cara curtida, con el sufrimiento a cuestas de algún hijo muerto, y me la imaginé peinando a la morita y poniéndola bien guapa para que se coma el mundo. Y se lo va a comer. Aquí. Bienvenida. Necesitamos chicas como tú.

Otro día tuve que entrevistarme con un joven nigeriano. Había llegado a España dos años atrás, muy enfermo, tras dos semanas seguidas cruzando Africa a pie, y un viaje en patera sin alimentos ni agua. Ahora vive con quince negros más en un piso mugriento y vende cedés ilegales. Este chico me miraba de lado, con rencor. Creo que le daba igual lo que yo le decía, sólo necesitaba mi firma. A éste pobre le espera un futuro diferente

domingo, 29 de agosto de 2010

EL PERFUME


Compré este frasco de perfume en los primeros días de junio. Esa época en que el verano es una promesa de algo bueno, como un embarazo, como el escote de Anita Ekberg en la Dolce Vita. El invierno y la primavera habían sido complicados y necesitaba algo fresco que inaugurara un cambio, así que me fui a buscar. Me saturé de aromas y colores y me decidí por éste, alegre, ligero, una nota de color en la estantería del cuarto de baño aunque donde necesitábamos una nota de color era en nuestras vidas.

Con las vacaciones florecen toda clase de expectativas de mejora aunque nosotros lo íbamos a tener difícil por mi trabajo. Pero eso en junio no importaba, lo urgente era cambiar. Los ciclos son buenos. La vida sin ciclos sería una espiral, casi siempre hacia el infierno. Por eso los cambios de estación son buenos, porque abren un paréntesis que te hace saltar de la espiral. Te gustó el perfume. Me lo probé contigo y asentiste apretando los labios. Y eso me reconfortó. Ese gesto me llegó como una garantía de eternidad. Aunque supongo que yo necesitaba esa garantía, y a fuerza de buscarla la encontré. Da igual. El perfume te gustó mucho. Más de una vez te encontré con el frasco en la mano en el cuarto de baño. Es muy bueno, decías.

Volver a casa después del primer viaje fue un estupendo respiro. Salimos a cenar, a bailar y charlamos. Yo te había echado de menos y para mí fue más que un reencuentro. En aquella ocasión cada mirada mía era una pregunta y yo recibía cada gesto tuyo como una respuesta. Las cosas no iban tan mal. Me di cuenta de que el perfume te seguía gustando. Yo salía de viaje y tú decías que la fragancia se quedaba retenida en las sábanas y que tus sueños eran felices. Y eso parecía. A veces, cuando volvía a casa muy tarde, te encontraba dormido abrazado a la almohada. Pero poco a poco tuve que admitir que a mí ya no me abrazabas igual. Definitivamente, había una grieta en el bote del náufrago.

El verano avanzaba y el frasco de perfume se iba terminando. El calor iba siendo cada vez más ligero y nuestro fracaso cada vez más evidente. El verano iba a ser una oportunidad en junio, pero había llegado septiembre y la esperanza se había esfumado. Cuando se abre una grieta en el bote, el náufrago se pone a achicar con las manos desesperadamente. Si la grieta crece, el náufrago extenuado pinta una imagen patética, hundido hasta la cintura en un bote que se hunde y achicando el mar. Esa era yo. Pero tú seguías jugueteando por las mañanas con el frasco mientras te cepillabas los dientes. Con mi perfume, conmigo, ya nunca más. Lloré mucho a escondidas.

Para celebrar mi último viaje, qué ironía, invitamos a cenar a Carol y Enrique. Antes de suicidarme vi cómo ella te guiñaba un ojo, y al saludarla me di cuenta que llevaba mi perfume.

Yo nunca me lo había puesto desde que lo probé contigo. Me lo olvidé en casa en mi primer viaje y cuando me di cuenta de que alguien lo estaba usando no pude volver a ponérmelo. ¿Era necesario todo esto?

miércoles, 25 de agosto de 2010

FANTASÍA DEL FIN

¿Qué hago aquí?, ¿qué coño hago yo aquí?. Estoy escuchándote, pero yo no he venido a verte. Jamás habría pagado una entrada para verte. No te conozco, no me caes bien. No te he preguntado nada y estoy aquí escuchándote autoproclamarte. No me interesa tu vida regalada. No me la cuentes. Me exaspera tu estrafalario aspecto, esa pinta tan teatral, me irritan tus babas. Es increíble que ninguno de los que estamos aquí te haya tapado aún la boca. Alguno de vosotros, sí vosotros, aún os reís con sus estupideces. Os reís de él, ¿verdad?, o quizá de vosotros mismos por no ser capaces de acabar con esto. Dios mío, nadie te ha preguntado nada, ¿por qué hablas?. Me da asco la mirada obscena y descarada que dedicas a las mujeres. Eres un machista oscuro y maloliente. Desprecias a los que no te admiran, pero también a los que te admiran. Estás podrido. ¿Por qué cierras los ojos cada vez que dices “yo”?. En una de estas pausas narcisistas te voy a vaciar el cargador del revólver entre ceja y ceja. Voy a ver esparcirse los trozos gelatinosos y sanguinolentos de tu patético cerebro por la terraza. Congelaré ese gesto de deleite en ti mismo. Moriras en un YO. Vas a morir detenido en ti mismo. Y yo te habré matado.

- ¿Y usted no va a decir nada, abuela?
- Si, joven, claro que sí, ¡Es usted un soplapollas!. Buenas tardes.

miércoles, 18 de agosto de 2010

FOSILIZÁNDOME

Tengo una mancha en la cara, en el lado izquierdo, desde el párpado inferior hasta la barbilla, marroncita, como un mapa, con puntitos. Me cae bien. La tengo desde hace mucho. No me recuerdo sin ella. No es dramática desde el punto de vista estético. La peña se corta, aunque no los niños. Algunos niños me preguntan qué me ha pasado ahí y eso me encanta. Se lo explico, se conforman y seguimos.

Desde hace un año tengo otra mancha. En el centro de la frente, irregular, con cuatro esquinas, moderadita en su genio. Pero ésta me cae mal. Es una intrusa que se ha colado sin pedir permiso y me fastidia. Hablé con ella hace unos meses, le pedí educadamente que se fuera y me hizo una pedorreta. No empecemos, pensé. Pero no se fue. Y días después la vi en el bar de abajo tomando cañas con mis tres canas y con mis juanetes, Y empezó el lío. Fui al dermatólogo, que me explicó la etiología de la mancha (obvia) y me prescribió una crema despigmentante (je, je).

Llevo dos mesecitos poniéndome la crema y hoy he observado que la mancha de la frente está como mustia y que le falta una esquina. ¿Os queréis creer que me ha dado pena?. Lloraba la manchita y se ha puesto a agitar un pequeño pañuelo blanco. Ohhh. Y me he reunido con ella, por supuesto. Hemos hablado, me la he llevado de paseo en bici por la playa, la he invitado a cenar y hemos llegado a un acuerdo: yo la dejo en paz con las cremitas y ella se queda tranquila en la frente sin llamar la atención, que ya somos todos mayores. Le voy a pasar una pensión mensual, simbólica en realidad, y ella, como contrapartida, va a hablar con mis canas para que no inviten a más colegas a casa, va a hablar con mis juanetes para que controlen su dieta y con mi cuello para explicarle que esa afición a la artrosis molesta al jefe.

Soy una sentimental.

lunes, 16 de agosto de 2010

11 S

Hoy he soñado que desde la ventana de un edificio nuevo veía hundirse uno tras otro, todos los bloques de alrededor. No es la primera vez. Pensaba en el sueño que mi edificio era seguro, pero en poco tiempo tuve que escapar corriendo porque también se caía. La sensación no era tanto de miedo como de decepción, y de vacío. Al despertarme me he quedado un rato divagando. Algo se me está viniendo abajo….

A nadie se le ocurrió nunca pensar que las torres gemelas del World Trade Center caerían una tras otra, reducidas a escombros, en cuestión de minutos. Ni siquiera después del impacto de los aviones terroristas. Nadie pensaba que se hundirían. Y se hundieron. Como se hundió el Titanic. Pero es que la tierra resultó no ser el centro del universo. Y además no es plana. Y Michael Jackson está muerto, como Elvis Presley, como Marilyn. Y Pastora Vega e Imanol Arias se han separado.

Incredulidad, perplejidad, dolor muchas veces.

Un día nuestro padre se salta un semáforo en rojo, o al Madrid le clavan tres goles, o nos deja nuestro marido, o nos volvemos hipertensos. Y cómo duele. Sobre todo cuando nuestro padre es intachable, nuestra cantante favorita es la más grande, nuestro amor eterno, o nuestra salud de hierro.

Pues no. Una mierda. Los ideales no existen, ni las certezas. Y eso es lo que se hunde. Una certeza tras otra, un edificio tras otro.

Esto no es nuevo, el refranero lo expresa muy bien “a la mejor puta se le escapa un pedo”. También Heisenberg, cuando enunció el principio de incertidumbre (no es posible conocer exactamente el valor de todas las magnitudes físicas que describen el estado de movimiento de la partícula en ningún momento, sino sólo una distribución estadística). Y si no, basta con mirar alrededor.

Es más que evidente. A pesar de eso, algunos nos resistimos a aceptarlo. Y más nos valdría ir aprendiendo que quizá la incertidumbre y la imperfección sean los únicos elementos fijos del paisaje. Pero no es fácil. Se ve que nos dijeron un día que la felicidad suprema estaba en el cielo. Y lo creímos. Y andamos atrancados, soñando con derrumbamientos y de decepción en decepción. Como las moscas que se obstinan en darse un trompazo tras otro contra el cristal buscando la luz, cuando tienen la miel ahí al lado, en la cocina.

Pues no, ni felicidad, ni suprema, ni cielo.

Otros parece que lo han aprendido antes y aunque no siempre, muchas veces se les ve contentos. Eso es mucho. Atención. Eso es mucho. Son esos que son capaces de gozar un poco aunque vivan con el dolor incrustado. Ese va a ser el truco, aprender que probablemente la felicidad no hay que ir a buscarla a las grandes certezas de la salud, el amor, la prosperidad, etecé. Seguramente es más práctico prestarle un poco de atención al deseo, a las ganas, y darles cuartelillo. A efectos de disfrutar, digo, que parece que es de lo que se trata.

Gor tiene sus problemas, como todos. Ahí anda. Pero le gusta pescar. No tanto volver cargado de peces como madrugar, preparar su cebo, escoger el sitio y decidir si lanzando o a fondo. A mí me gusta cuando vuelve. Viene contento. Le gustan más cosas. Es hombre de disfrutar. Poco a poco.

lunes, 9 de agosto de 2010

¿CÓMO?

A veces veo dolor por todas partes. Real o potencial. No es exactamente que vea personas sufriendo. Veo el dolor. Y lo veo posado, o sobrevolando a los que lo van a sufrir. Esa es mi enfermedad. Ver el dolor.

Una vez oí decir a M. Houellebecq, y en ese sentido escribe, que siempre lo deja perplejo observar parejas que se aman. A mí siempre me deja perpleja observar personas con una enorme carga de dolor que además de sufrir, a ratos, gozan. Como que por defecto, estas personas gozan y cuando les llega el dolor, se les incrusta, pero no dejan de gozar del todo.

¿Cómo?

jueves, 29 de julio de 2010

¿TE APUNTAS? NO, GRACIAS

Si cierro los ojos y trato de recordar Moby Dick, veo olas gigantes haciendo zozobrar barcos, y marineros toscos arponeando monstruos marinos en medio de la tempestad. Cuando uno se aproxima de adulto a los clásicos de aventuras que conoció en la infancia, supongo que busca algo diferente. Y lo encuentra. Moby Dick: el joven Ismael se embarca en el Pequod que está a punto de partir por una larga temporada a la caza de ballenas en los mares del sur.

En seguida emerge poderosamente el capitán del barco, Acab, y en ese momento la historia vira. Y el autor nos orienta hacia su verdadero objetivo, que no es la caza de ballenas sino la búsqueda obstinada de Moby Dick, la terrible ballena blanca que le arrebató la pierna. Empieza algo que es mucho más que una novela de aventuras.

El capitán Acab se dibuja admirable y temible: la horrenda cicatriz, los silencios furibundos, sus inesperadas apariciones y desapariciones sobre la cubierta del barco y sobre todo, el mítico episodio del encuentro con la bestia blanca que lo mutiló para siempre. Todo esto configura a un personaje de gran potencia que atrapa a sus hombres. El vínculo con ellos es una gruesa maroma atada a dos emociones muy primarias: amor y miedo. Amor y compasión por el hombre inválido y sombrío. Miedo del capitán iracundo que dirige los destinos de sus tripulantes. Todo está a punto.

Acab arenga y enardece a la tripulación, y consigue que su propia obsesión por encontrar a Moby Dick se convierta en el motor de todos ellos. …Alzó los dos brazos al aire: …y para eso os habéis embarcado, muchachos, para perseguir a la Ballena Blanca por ambos hemisferios si es preciso, y por todos los rincones del universo hasta que lance sangre negra por el surtidor y flote panza arriba. Conque hijos míos, ¿queda cerrado el trato?¿o acaso no sois una partida de valientes, como creo?... Y con ello queda sellado el compromiso. Un grupo al servicio ciego.

Pero algunos se resisten. Un oficial, Stubb, confronta a Acab con una de sus arbitrariedades y el capitán lo desprecia con violencia. Stubb le responde: “No estoy acostumbrado a que me hablen así, señor, y no me gusta en absoluto”. Esta es otra de las cumbres de la novela. Hay personas que son absorbidas por otras. Pero hay personas que no. Igual ocurre con Starbuck, otro de los oficiales, cuando reclama prudentemente a Acab por la verdadera misión del Pequod, “yo he venido a cazar ballenas, señor, no a consumar una venganza”. Stubb y Starbuck no asumen la obsesión de Acab, y por eso serán neutralizados por él. Amenazas fuera.

Y así, a través de la locura de Acab, nos vamos dando cuenta de que la destructiva búsqueda de Moby Dick es la historia de la bestia buscándose a sí misma para terminar aniquilándose. Moby Dick es Acab. Acab es Moby Dick. Y los demás son el atrezzo de esta función. “Me ha afrentado, señor, -dice Starbuck- me ha ofendido, pero no le pido que tenga cuidado conmigo, se reiría de ello. No, lo que le pido es que Acab tenga cuidado con Acab. Tenga usted cuidado consigo mismo”.

El final, como se puede esperar, no es feliz.

Y después de “fin” te quedas pensando en todos esos capitanes Acab que conoces, que han arrastrando a las masas en pos de su propio delirio. En los que han sido y en los que son. Pueblos enteros convertidos en masa, en una plaza inmensa vitoreando a su propio Acab. Uf. Y si sigues pensando encuentras, como en el Pequod, los barriles de la bodega llenos de amor y miedo hacia su capitán. Y a los oficiales Stubb, y Starbuck eliminados. Los finales nunca han sido felices, ni para esos Acabs ni para sus tripulaciones.

Y en lo personal, ¿quién no se ha sentido alguna vez embarcado en una guerra que no era la suya?. ¿Quién no ha aceptado una invitación a un ilusionante proyecto global para luego descubrir que la historia no es más que Acab buscándose a sí mismo?. Y el final tampoco es feliz. Te frustras, te echan, te vas.

Yo he sido tripulante del Pequod durante muchas travesías. A veces he sido marinero y a veces oficial. Ahora huyo de los Capitanes Acab como de la peste. Podría decir que los huelo a distancia y ruego a los dioses que me protejan de ellos. Déjenme tranquila con mi propio cachalote, que ya tengo bastante y parece que estamos haciendo las paces…

sábado, 24 de julio de 2010

EL GATO DE CHESHIRE

A veces somos torrentes. De palabras, de emociones. Algunos, siempre. Nos desplegamos como un mantel encima de la mesa. Y se nos ve el bordado, pero también las manchas de vino de las sucesivas cenas. Lo malo es que algunos manteles preciosos acabamos recordándolos sólo por las manchas.

Tengo un vecino que es un hombre bueno, pero al momento de conocerte te lo ha contado todo y te lo ha ofrecido todo. Entregado y excesivo. En el último evento en el que coincidimos lo vi solo. Demasiadas manchas quizá. Al menos, demasiado a la vista. Se me encogió un poco el alma.

En estos casos siempre me acuerdo del Gato de Cheshire de Alicia en el país de las maravillas. Ese enigmático personaje que está y no está, que a veces se muestra entero, a veces sólo la sonrisa, a veces…. Del gato no sabemos qué es más, si la sonrisa o las uñas. Y no sabemos lo que quiere ni lo que hará. En el partido de croquet en que Alicia juega con los Reyes de Corazones, el gato aparece y se dirige a Alicia -Hola, ¿cómo te va?-. el Rey vio al gato y preguntó a Alicia: -¿se puede saber con quién estás hablando?,- mirando la cabeza del gato y dando muestras de gran curiosidad -Es un amigo mío: un gato de Cheshire- le dijo Alicia –Permítame que se lo presente-. –No me gusta nada su aspecto- comentó el Rey-, pero en fin, si insiste dejaré que me bese la mano. –Gracias pero prefiero no hacerlo- le dijo el gato.

Ese es mi gato de Cheshire. Su sonrisa es tan grande como el enigma que encierra. Esas sonrisas enigmáticas. Y esa distancia. Por eso es tan atractivo. Deseamos lo que no poseemos. Lo han escrito todos. Cuando leo Alicia en el país de las maravillas espero todo el rato que aparezca el gato de Cheshire. No me interesa tanto la reina. Ya sé lo que hace: ordena cortar cabezas por aquí y por allá.

Mi amiga ALH se ha apropiado de la sonrisa del minino. Igualmente, hace a su antojo, y hay cosas que prefiere no hacer. Una noche que todos recordamos desapareció sigilosa con su vestido largo ondeando al viento, igual que se desvanece la cola vaporosa del gatito. La adoramos. Desde este momento la llamaré Chesh.