domingo, 28 de noviembre de 2010

MUCHACHA DURMIENDO CON GATO. Renoir


-¡Ven, ven, deja de bailar, siéntate!.

-¡Ja ja ja ja, los pintores sois gente tan divertida!, ¡Ahh!, ¿me vas a pintar?, ¡Sí, sí, píntame!, ¡saca lo mejor de mí, querido pintor!. ¡Píntame hermosa para que encuentre un marido rico que me saque de Montmartre!. ¡Sí, déjame que pose para ti, eres tú mi artista preferido!

La joven está acalorada porque ha estado bebiendo y bailando con los pintores en la taberna. Está agotada, de reír, de dejarse querer de mesa en mesa. Es primavera y florecen los tiestos en las ventanas. Es muy joven y muy bella, pero su padre ya no se opone a que festeje con los pintores porque algunos de ellos están vendiendo muchos cuadros y ya están en boca de todo París.

- Ah, impresionistas, estáis todos locos. No os quiere nadie, pero yo os adoro. Déjame que me ponga el sombrero. ¡Píntame como pintas a esas damas!
- Tú eres más linda querida niña. Tú eres la vida.

Pierre-Auguste mira a la joven y ve un enorme seno materno rebosante de leche. Y se abren los capullos del pequeño bouquet que adorna el sombrerito, y de entre ese mar de faldas azules emerge también azul un gatito al que todos conocemos. Ah, mi pequeño gato de Cheshire feliz, dormido, de vuelta en el regazo en el que nunca estuvo…

sábado, 20 de noviembre de 2010

ME LLAMÓ

Me llamó. Dijiste que me iba a llamar y efectivamente, lo hizo. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de quién era, y cuando ocurrió ya era demasiado tarde. Estuvo exquisito, amable, delicado. He de reconocer que no estoy acostumbrada a estas actitudes por parte del otro y no pude evitar cierto recelo al principio. Seguro que él se dio cuenta pero no me lo hizo ver. Fue una conversación cálida y no muy larga. Al final era imposible que las cosas terminaran de otro modo.

Hablamos de mí, de ti, de la vida, de las sorpresas de la vida, de las posibilidades de la vida. Hablamos de los riesgos, las apuestas, los miedos, los arrojos. De la incertidumbre. Siempre la incertidumbre. Tú sabes que yo siempre me enfrento a la incertidumbre como si fuera un episodio con un principio y un final, un escollo ante el que hay que tomar decisiones. Yo siempre he vivido afrontando incertidumbres, una tras otra. Uno encuentra un socavón en el camino y tiene que optar por saltarlo o por rodearlo. Yo sé que más tarde aparecerá otro, o no, o lluvia, o viento. Así se lo expliqué. Y también que he aprendido a esperar, a no anticipar. Yo le hablé, le hablé de mis cosas. Casi sin darme cuenta. Y él me escuchó. ¿Qué más puede uno pedir?.

Él tiene otra visión, él cree que la incertidumbre es la alfombra que amortigua nuestros pasos en la vida. Me resultó muy interesante esa percepción como de atmósfera, como de clima, de banda sonora. Me hizo pensar…y sorprendentemente me sobrevino cierto alivio ante la sola idea de adoptar esa perspectiva. No hay que vivir la lotería de la vida como una batalla tras otra, con esa dura tensión del riesgo de equivocarse, o de la amenaza de lo terrible. Uno no se equivoca cuando sigue su instinto, me dijo, y lo terrible no viene de fuera, no hay que temer lo que viene de fuera. El horror está dentro de nosotros y no hay nada más pueril que el temor a lo desconocido. La vida no es una lucha por un destino feliz, es una ocasión para el goce, para la felicidad en presente. Única ocasión. Y ese es el precepto que uno debe observar ante cada decisión. De tal modo me habló con esa voz tan envolvente.

Y es verdad, amor mío. Es cierto. Lo vi entonces con una claridad incuestionable. No tuve más dudas. No cabía más alivio en mi pecho. Y fui capaz, por fin, de mirar la realidad de frente: tú eres mi vida y el camino hacia ti es el único que quiero recorrer.

Tú me dijiste que tu alma era mía y que él vendría por ella. Yo nunca había tenido que hacer frente a compromisos de otros. Esto era una cosa entre tú y él. Pero él vino a mí y venía a llevarse lo que era suyo. No tuve dudas. Tú eres mi felicidad y me has confiado tu alma. El quería un alma, le entregué la mía.

domingo, 14 de noviembre de 2010

TARJETA ROJA

El muchachito entra a la cancha de tenis y su monitor está hablando con otra persona. Mira el carro de las bolas y no se decide, se queda quieto sin decir nada. Esperando instrucciones. Al momento llega otro muchachito que ve al monitor en lo suyo, saluda al niño nº 1, coge un par de bolas del carro y le dice, venga, vamos a pelotear. Y pelotean.

Al día siguiente el muchachito nº1 juega un partido de fútbol de la liguilla de colegios de la ciudad. Desde el minuto 1 lo marca a muerte el nº 8 contrario. El entrenador de los otros se fijó en el muchachito en los calentamientos previos y no tuvo dudas, le dijo al 8, el 6 que no la toque. El 8 se come al 6. Lo abraza, lo sujeta de la camiseta, y el 6 no juega, trata de zafarse, a veces se escapa pero no. Nada. Alguna vez mira a las gradas buscando a su padre. El árbitro no se entera y en una de esas el 6 le pega un empujón al 8 y se escapa. Gol. En la siguiente jugada, otro empujón, al suelo. Gol. Tercera ocasión, guantazo. El árbitro lo ve. Roja. “¡Me da igual! ¡A la mierda!"

“Los entornos seguros no favorecen el proceso de la vida”. Como lo oyen.

Al parecer, desde más de cien años antes hasta la extinción de los dinosaurios sólo existían unas pocas especies de mamíferos. En un medio ambiente estable la selección natural se enlentece, las especies están suficientemente adaptadas y no se producen los cambios externos que condicionan la supervivencia del fuerte y la eliminación del débil. A partir de ese momento, teóricamente cataclísmico, en que se extinguen los dinosaurios y hasta nuestros días, con unas condiciones ambientales nuevas, se dispara el fenómeno evolutivo y surgen las casi cinco mil especies que se cuentan en la actualidad. Surgen más. No sabemos cuántas se han podido quedar en el camino. Esa es la otra cara de la moneda. Hay que asumir riesgos y pérdidas.

domingo, 7 de noviembre de 2010

EL HOMBRE CONTENTO

A Pedro Fresneda no le hace ninguna gracia el rollo del autobús, ni el del instituto, en realidad. Pero ahí está, en la parada, recién salido de clase con su carpeta mugrienta sus vaqueros sucios y su cazadora gastada. Está esperando el dos, que lo llevará a su casa. Al lado su colega, el Marro, con los auriculares puestos y tecleando frenéticamente en su reproductor de música con el pulgar de la zurda. Están sentados en un banco estrecho con la espalda apoyada en el cristal de la marquesina. Con esas pocas ganas que parece que tienen los adolescentes. Al otro lado de la calle una pequeña plaza con un árbol milenario en el centro. Dan a la plaza una farmacia, un restaurante y en la esquina una floristería.

El dos no llega y los dos muchachos siguen allí, inmóviles. Lo que pasa por sus cabezas no se traduce en movimiento alguno. Pedro mirando al frente con un mechón grasiento estropeándole el campo de visión, y el Marro tecleando con la cabeza hundida en el cuerpo. Sale de la floristería un empleado que deja en la puerta un enorme cubo con restos de plantas y flores. Pedro murmura “será gilipollas”.

Y en ese momento aparece un hombre joven de la puerta del restaurante, de unos cuarenta años, con un traje de chaqueta azul marino y una corbata naranja. Sale con el móvil en la mano, marca un número y espera. Pocos segundos, en seguida sonríe abiertamente y se lleva la mano derecha a la nuca, y empieza a hablar. Habla animadamente, de vez en cuando se ríe y acompaña la risa con gestos, se inclina hacia delante, se rasca el cogote, se arregla la corbata. Está contento.

Pedro lo está viendo, le da un codazo al Marro y le dice “será gilipollas el tío”. El Marro, ni caso.

El tipo sigue hablando por teléfono y moviéndose por la plaza. Se acerca al cubo de basura de la floristería y toma una rosa pequeña y medio deshojada y se la da a una estudiante que pasa por allí con un guiño. Ella la coge y se la lleva riéndose. Desde el mostrador de la farmacia el mancebo lo ve como empieza a caminar, un pie tras otro, por el bordillo que rodea al árbol de la plaza con el móvil en la izquierda y equilibrándose con la derecha. Se queda mirándolo entretenido y le devuelve un saludo cuando el hombre pasa por la puerta de la farmacia en su ruta circular y le sonríe.

Hace una buena tarde. No hace calor y es agradable mirar al hombre contento. La alegría ajena anima mucho, o entretiene, o da envidia, sí. El Marro ha dejado de teclear su maquinita y también lo está mirando. Pedro hasta sacude la cabeza para quitarse el pelo de delante de los ojos. Y ya son cuatro: los dos muchachos, que ahora miran como si acabaran de salir de la adolescencia malhumorada, el mancebo de la farmacia y el empleado de la floristería que incluso ha salido a la puerta y se ha encendido un cigarrillo.

El hombre se gira hacia la esquina, cuelga el teléfono y se lo guarda en el bolsillo de la chaqueta. En seguida aparece otro hombre joven trajeado. Los dos se acercan rápidamente, se dan la mano, se abrazan, se miran de arriba abajo, se ríen a carcajadas, charlan y se dirigen despacio hacia el restaurante. En el corto trecho se paran varias veces, se miran y se ríen.

Los cuatro mirones tienen una sonrisa pánfila de la que no son conscientes. Se dan cuenta cuando los dos hombres desaparecen por la puerta del restaurante y notan cómo se les relaja la cara poco a poco.

No sé si soy el hombre contento o Pedro Fresneda.

lunes, 1 de noviembre de 2010

LA PUERTA

Si una puerta esta abierta del todo es que los dos lados son un mismo espacio. Si está cerrada es que son mundos independientes. Pero si una puerta está entreabierta es que están ocurriendo cosas a ambos lados. Y esas cosas tienen que ver.

Me encantan las puertas entornadas.

Esta tarde estaba tumbada en el sofá con la mantita viendo una película. Los demás en sus cosas. Las puertas entreabiertas. No sé cuánto tiempo llevaba ahí, pero en un cambio de postura sobre el cojín he visto la cabeza del gato de Cheshire que me miraba desde la puerta entornada del dormitorio.

- ¡Hola!
- Hola, estás muy guapa.

Me pregunto por qué ha aparecido esta vez al otro lado de una puerta entreabierta. Normalmente se materializa delante de mí. Se deja ver. Se me regala. Hoy no. Hoy miraba desde no sé cuándo, y a distancia, desde el otro lado. Le hice un hueco a mis pies en el sofá.

- ¿Te apetece?, ven.
- No, no.

Esa distancia me ha dado frío. Me miraba serio, triste, con el pelo mate y los bigotes flácidos. Yo he esperado un poco más y me ha preguntado

- ¿Has visto a Alicia?
- Sí, ayer la vi.
- ¿Está contenta?
- Muy contenta.
- Hum.

Se ha quedado quieto por un instante y se ha ido hacia dentro del dormitorio. A mí se me han saltado las lágrimas y me he levantado tras él. Al empujar la puerta de la habitación lo he visto recostado en una esquina de mi cama, con la cara apoyada sobre las manos, mirando por la ventana. Ha girado la cabeza al oírme, me ha mirado con ojos de cristal y se ha desvanecido.

No sé qué le pasa al gatito de Cheshire