domingo, 29 de agosto de 2010

EL PERFUME


Compré este frasco de perfume en los primeros días de junio. Esa época en que el verano es una promesa de algo bueno, como un embarazo, como el escote de Anita Ekberg en la Dolce Vita. El invierno y la primavera habían sido complicados y necesitaba algo fresco que inaugurara un cambio, así que me fui a buscar. Me saturé de aromas y colores y me decidí por éste, alegre, ligero, una nota de color en la estantería del cuarto de baño aunque donde necesitábamos una nota de color era en nuestras vidas.

Con las vacaciones florecen toda clase de expectativas de mejora aunque nosotros lo íbamos a tener difícil por mi trabajo. Pero eso en junio no importaba, lo urgente era cambiar. Los ciclos son buenos. La vida sin ciclos sería una espiral, casi siempre hacia el infierno. Por eso los cambios de estación son buenos, porque abren un paréntesis que te hace saltar de la espiral. Te gustó el perfume. Me lo probé contigo y asentiste apretando los labios. Y eso me reconfortó. Ese gesto me llegó como una garantía de eternidad. Aunque supongo que yo necesitaba esa garantía, y a fuerza de buscarla la encontré. Da igual. El perfume te gustó mucho. Más de una vez te encontré con el frasco en la mano en el cuarto de baño. Es muy bueno, decías.

Volver a casa después del primer viaje fue un estupendo respiro. Salimos a cenar, a bailar y charlamos. Yo te había echado de menos y para mí fue más que un reencuentro. En aquella ocasión cada mirada mía era una pregunta y yo recibía cada gesto tuyo como una respuesta. Las cosas no iban tan mal. Me di cuenta de que el perfume te seguía gustando. Yo salía de viaje y tú decías que la fragancia se quedaba retenida en las sábanas y que tus sueños eran felices. Y eso parecía. A veces, cuando volvía a casa muy tarde, te encontraba dormido abrazado a la almohada. Pero poco a poco tuve que admitir que a mí ya no me abrazabas igual. Definitivamente, había una grieta en el bote del náufrago.

El verano avanzaba y el frasco de perfume se iba terminando. El calor iba siendo cada vez más ligero y nuestro fracaso cada vez más evidente. El verano iba a ser una oportunidad en junio, pero había llegado septiembre y la esperanza se había esfumado. Cuando se abre una grieta en el bote, el náufrago se pone a achicar con las manos desesperadamente. Si la grieta crece, el náufrago extenuado pinta una imagen patética, hundido hasta la cintura en un bote que se hunde y achicando el mar. Esa era yo. Pero tú seguías jugueteando por las mañanas con el frasco mientras te cepillabas los dientes. Con mi perfume, conmigo, ya nunca más. Lloré mucho a escondidas.

Para celebrar mi último viaje, qué ironía, invitamos a cenar a Carol y Enrique. Antes de suicidarme vi cómo ella te guiñaba un ojo, y al saludarla me di cuenta que llevaba mi perfume.

Yo nunca me lo había puesto desde que lo probé contigo. Me lo olvidé en casa en mi primer viaje y cuando me di cuenta de que alguien lo estaba usando no pude volver a ponérmelo. ¿Era necesario todo esto?

miércoles, 25 de agosto de 2010

FANTASÍA DEL FIN

¿Qué hago aquí?, ¿qué coño hago yo aquí?. Estoy escuchándote, pero yo no he venido a verte. Jamás habría pagado una entrada para verte. No te conozco, no me caes bien. No te he preguntado nada y estoy aquí escuchándote autoproclamarte. No me interesa tu vida regalada. No me la cuentes. Me exaspera tu estrafalario aspecto, esa pinta tan teatral, me irritan tus babas. Es increíble que ninguno de los que estamos aquí te haya tapado aún la boca. Alguno de vosotros, sí vosotros, aún os reís con sus estupideces. Os reís de él, ¿verdad?, o quizá de vosotros mismos por no ser capaces de acabar con esto. Dios mío, nadie te ha preguntado nada, ¿por qué hablas?. Me da asco la mirada obscena y descarada que dedicas a las mujeres. Eres un machista oscuro y maloliente. Desprecias a los que no te admiran, pero también a los que te admiran. Estás podrido. ¿Por qué cierras los ojos cada vez que dices “yo”?. En una de estas pausas narcisistas te voy a vaciar el cargador del revólver entre ceja y ceja. Voy a ver esparcirse los trozos gelatinosos y sanguinolentos de tu patético cerebro por la terraza. Congelaré ese gesto de deleite en ti mismo. Moriras en un YO. Vas a morir detenido en ti mismo. Y yo te habré matado.

- ¿Y usted no va a decir nada, abuela?
- Si, joven, claro que sí, ¡Es usted un soplapollas!. Buenas tardes.

miércoles, 18 de agosto de 2010

FOSILIZÁNDOME

Tengo una mancha en la cara, en el lado izquierdo, desde el párpado inferior hasta la barbilla, marroncita, como un mapa, con puntitos. Me cae bien. La tengo desde hace mucho. No me recuerdo sin ella. No es dramática desde el punto de vista estético. La peña se corta, aunque no los niños. Algunos niños me preguntan qué me ha pasado ahí y eso me encanta. Se lo explico, se conforman y seguimos.

Desde hace un año tengo otra mancha. En el centro de la frente, irregular, con cuatro esquinas, moderadita en su genio. Pero ésta me cae mal. Es una intrusa que se ha colado sin pedir permiso y me fastidia. Hablé con ella hace unos meses, le pedí educadamente que se fuera y me hizo una pedorreta. No empecemos, pensé. Pero no se fue. Y días después la vi en el bar de abajo tomando cañas con mis tres canas y con mis juanetes, Y empezó el lío. Fui al dermatólogo, que me explicó la etiología de la mancha (obvia) y me prescribió una crema despigmentante (je, je).

Llevo dos mesecitos poniéndome la crema y hoy he observado que la mancha de la frente está como mustia y que le falta una esquina. ¿Os queréis creer que me ha dado pena?. Lloraba la manchita y se ha puesto a agitar un pequeño pañuelo blanco. Ohhh. Y me he reunido con ella, por supuesto. Hemos hablado, me la he llevado de paseo en bici por la playa, la he invitado a cenar y hemos llegado a un acuerdo: yo la dejo en paz con las cremitas y ella se queda tranquila en la frente sin llamar la atención, que ya somos todos mayores. Le voy a pasar una pensión mensual, simbólica en realidad, y ella, como contrapartida, va a hablar con mis canas para que no inviten a más colegas a casa, va a hablar con mis juanetes para que controlen su dieta y con mi cuello para explicarle que esa afición a la artrosis molesta al jefe.

Soy una sentimental.

lunes, 16 de agosto de 2010

11 S

Hoy he soñado que desde la ventana de un edificio nuevo veía hundirse uno tras otro, todos los bloques de alrededor. No es la primera vez. Pensaba en el sueño que mi edificio era seguro, pero en poco tiempo tuve que escapar corriendo porque también se caía. La sensación no era tanto de miedo como de decepción, y de vacío. Al despertarme me he quedado un rato divagando. Algo se me está viniendo abajo….

A nadie se le ocurrió nunca pensar que las torres gemelas del World Trade Center caerían una tras otra, reducidas a escombros, en cuestión de minutos. Ni siquiera después del impacto de los aviones terroristas. Nadie pensaba que se hundirían. Y se hundieron. Como se hundió el Titanic. Pero es que la tierra resultó no ser el centro del universo. Y además no es plana. Y Michael Jackson está muerto, como Elvis Presley, como Marilyn. Y Pastora Vega e Imanol Arias se han separado.

Incredulidad, perplejidad, dolor muchas veces.

Un día nuestro padre se salta un semáforo en rojo, o al Madrid le clavan tres goles, o nos deja nuestro marido, o nos volvemos hipertensos. Y cómo duele. Sobre todo cuando nuestro padre es intachable, nuestra cantante favorita es la más grande, nuestro amor eterno, o nuestra salud de hierro.

Pues no. Una mierda. Los ideales no existen, ni las certezas. Y eso es lo que se hunde. Una certeza tras otra, un edificio tras otro.

Esto no es nuevo, el refranero lo expresa muy bien “a la mejor puta se le escapa un pedo”. También Heisenberg, cuando enunció el principio de incertidumbre (no es posible conocer exactamente el valor de todas las magnitudes físicas que describen el estado de movimiento de la partícula en ningún momento, sino sólo una distribución estadística). Y si no, basta con mirar alrededor.

Es más que evidente. A pesar de eso, algunos nos resistimos a aceptarlo. Y más nos valdría ir aprendiendo que quizá la incertidumbre y la imperfección sean los únicos elementos fijos del paisaje. Pero no es fácil. Se ve que nos dijeron un día que la felicidad suprema estaba en el cielo. Y lo creímos. Y andamos atrancados, soñando con derrumbamientos y de decepción en decepción. Como las moscas que se obstinan en darse un trompazo tras otro contra el cristal buscando la luz, cuando tienen la miel ahí al lado, en la cocina.

Pues no, ni felicidad, ni suprema, ni cielo.

Otros parece que lo han aprendido antes y aunque no siempre, muchas veces se les ve contentos. Eso es mucho. Atención. Eso es mucho. Son esos que son capaces de gozar un poco aunque vivan con el dolor incrustado. Ese va a ser el truco, aprender que probablemente la felicidad no hay que ir a buscarla a las grandes certezas de la salud, el amor, la prosperidad, etecé. Seguramente es más práctico prestarle un poco de atención al deseo, a las ganas, y darles cuartelillo. A efectos de disfrutar, digo, que parece que es de lo que se trata.

Gor tiene sus problemas, como todos. Ahí anda. Pero le gusta pescar. No tanto volver cargado de peces como madrugar, preparar su cebo, escoger el sitio y decidir si lanzando o a fondo. A mí me gusta cuando vuelve. Viene contento. Le gustan más cosas. Es hombre de disfrutar. Poco a poco.

lunes, 9 de agosto de 2010

¿CÓMO?

A veces veo dolor por todas partes. Real o potencial. No es exactamente que vea personas sufriendo. Veo el dolor. Y lo veo posado, o sobrevolando a los que lo van a sufrir. Esa es mi enfermedad. Ver el dolor.

Una vez oí decir a M. Houellebecq, y en ese sentido escribe, que siempre lo deja perplejo observar parejas que se aman. A mí siempre me deja perpleja observar personas con una enorme carga de dolor que además de sufrir, a ratos, gozan. Como que por defecto, estas personas gozan y cuando les llega el dolor, se les incrusta, pero no dejan de gozar del todo.

¿Cómo?