lunes, 27 de septiembre de 2010

SIDONIE

- Date prisa, que llevas tres horas en el cuarto de baño.
- Joder.
- Ni joder ni leches, llegamos tarde.

Salen de casa sin hablar. En el ascensor se mezclan sus perfumes pero ellos dos no se tocan. Tienen un aspecto magnífico. Por separado.

Se equivocan de local, y se lo reprochan mutuamente. Durante muchas frases. Durante silencios estratégicos mientras buscan el local verdadero. El IRA auténtico. Hay kilómetros de distancia entre el asiento del conductor y el del copiloto esta noche. Y un arsenal nuclear debajo de cada uno de ellos. Pero llegan, y a tiempo, parece.

En la puerta se produce el primer gesto. Llegan los dos con el ceño fruncido. Pero él se detiene antes y deja que ella se coloque delante. El vigileta espera. Él saca las dos entradas del bolsillo y se las entrega. Adelante, disfrutad. Ella aún guarda luz suficiente para inaugurar el local, aunque ya hay gente dentro. Luz mate, pero luz. Él entra inmediatamente detrás. Le guarda la espalda. Media entrada. Gente normal. Animados y esperando.

Titubean pero él decide. Muy serio la toma de la mano y se adelanta hacia la barra. Se acabó. Otra vez no pasa nada. Ella relaja los hombros y llena el pecho de aire. Hace años él hizo lo mismo cuando todavía no se habían tocado, y se derritieron los polos. Cogerla de la mano y abrir camino. Y ahora, los polos se derriten otra vez. ¿Es posible?.

Mmmm. Quiero olerlo, quiero olerle el cuello. Quiero morderle.

No se dicen nada pero ya no tienen el ceño fruncido. Aún no se han dicho nada desde que se reprocharon la equivocación del local, pero él abre hueco hacia la barra, pide un par de cervezas, paga y vuelve a tomarla de la mano buscando a los amigos. Los encuentran, se saludan y se acoplan. El grupo está a punto de salir. Media cerveza.

Los músicos salen. Y se entregan. Como si no hubieran pisado otra sala en su vida. Axel juguetea con las baquetas y con la boca, y ella aprieta los dientes en una sonrisa máxima. Se gira y él le devuelve una media sonrisa. Empieza el concierto: “son las seis he dormido mal es un día gris…” . El público corea la letra en el paroxismo del principio. Y bailan, y cantan.

Nuestros protas se han relajado y disfrutan con sus amigos, pero cuando se cruzan las miradas empiezan a saltar chispas. De vez en cuando. ¿Otra cerveza?. Ahora va ella a la barra y se lleva puesto un pellizco en el culo. Mientras, Marc está "sentado en la nube más alta…." En la barra ella mira y la miran mientras espera. Cuando vuelve Marc está bajando del escenario y pide al público que se siente en el suelo. Ella llega justo a tiempo de sentarse y se le cae un poco de cerveza en la cara y en el escote. Él se le acerca y se la limpia del cuello con la lengua. Marc está de pie delante de ellos dos. Se ha dado cuenta y les guiña un ojo en mitad de "el giraluna".

Termina la canción, él le da la mano para ayudarla a levantarse del suelo y la recibe en lo alto con la boca. Lo propio hace Jesús con Marc ayudándole a subir al escenario. Y la siguiente, "en mi garganta", ya la escuchan y la cantan entrelazados. El le susurra al oído un fragmento de la letra: "está en mi garganta, está en mi garganta, me está cortando y sangra, me está cortando y sangra, me ahoga el te quiero que jamás podré decir". Mmmm. Ya está. Ya lo has dicho. ¡Ya está!.

La última canción que escuchan, y no del todo, es "El incendio". Nuestros chicos se han apartado a un rincón del local y se han enfrascado en un increíble muerdo adolescente con una excitación fuera de control. "Arden, ohh, ohhhhhh arden los muros y los tejados, arden las sombras de tu pasado, arden en llamas nuestros abrazos oh, oh…"
La canción no ha terminado, pero ellos salen rápidamente de la sala medio desabrochados, buscando el refugio del coche. …Esto es el incendio, esto es el incendio, somos un incendio sin control….

Y después a casita, que mañana han quedado temprano para ir a recoger a los niños.

jueves, 23 de septiembre de 2010

EL ESQUELETO DE LA BELLEZA

Me encuentro esta imagen en Internet. Sublime, increíble. Inmediatamente pienso en el autor de la foto. ¿Quién hace una radiografía a una rosa?, ¿qué busca?. No cuelga la radiografía de unas tijeras, o de una pelota. De una rosa. Por otra parte, no fotografía la rosa en su rosal, o en el jarrón. Y probablemente lo habría hecho bien. Toma la rosa, la coloca sobre el chasis de rayos X y la ametralla de electrones. Eso no es materializar la belleza, eso es una pregunta. ¿Dime, de qué estás hecha?. Se me antoja, y esto es cosa mía, que el autor es un joven artista que está buscando el esqueleto de la belleza, la esencia misma. Quiere saber qué hay debajo, cómo se hace, quiere crear y busca claves. Creo que el joven se ha colado en el teatro y se ha escondido entre los pliegues del telón para descubrir el truco del mago.

La respuesta es un chasco, o no. En las entrañas atómicas de la rosa no hay un esqueleto, hay otra rosa. Más sutil, más delicada, evocando un perfume diferente, pero otra rosa. En las entrañas de la belleza no hay más que…belleza

Para saber más sobre la belleza, quizá en vez de disecar una rosa podría haberla mostrado a diferentes observadores. Probablemente habría constatado lo que algunos ya sabemos: que la belleza no reside en el objeto sino que nace del observador. Que la belleza no es una cualidad, no es una idea (no me jodas Platón), la belleza es una experiencia. Y si no, decidme, ¿os parece bella la foto?, ¿a todos?.

Además, la belleza como experiencia tiene mucho que ver con la propensión al goce del observador. Y claro, esto puede poner en entredicho el papel del artista como ente productor de belleza. El artista desea producir un impacto positivo en su público, pero se mueve en un océano de incertidumbre. Pobre Van Gogh.

Sólo hay un camino para el artista, que es el mismo que para el resto. La belleza como experiencia creativa, o como experiencia emocional o sensorial es el único bálsamo capaz de hacernos más llevadero el tránsito por la vida. No lo es el éxito, no el poder, no....La única opción es rodearse de belleza, vivir la belleza, gozar. No hay otra. Y el artista trabaja en torno a la belleza. No está mal. Y, aviso a navegantes, tendemos a disfrutar lo que otros han disfrutado. La experiencia de la belleza en otros es contagiosa y se extiende en tres dimensiones, como el hongo de la bomba atómica. El artista que goza, invita. Como el deportista que goza, como el científico que goza. El artista que regala, que construye, que ofrece, el hombre generoso que comparte, ese es recompensado. No el artista que atrapa, que crea hacia adentro. Sí el que prueba, el que mezcla, el que juega, el que intercambia con los demás. Como en la vida, no, el que vive hacia adentro; sí, el que vive hacia afuera. Las abejas vuelan esparciendo vida en su viaje caótico de flor en flor. Así el artista. Así el fotógrafo anónimo que en su búsqueda de claves nos deja un maravilloso quantum de belleza en esta radiografía de la rosa.

E insisto, la belleza es el único bálsamo. Llámalo arte, llámalo amor, me da igual. Al fin y al cabo, ¿qué le regala el joven enamorado a su amada?, una rosa.

sábado, 18 de septiembre de 2010

EL PERRO SALVAJE

Alzó los ojos y quedó paralizada ante la visión de un perro enorme de color negro que se le aproximaba desde lejos a la carrera, con las fauces abiertas y una horrible expresión de violencia. Por un momento tuvo dudas de que el perro se dirigiera hacia ella así que se giró en el banco mirando a su alrededor, tratando de encontrar a otro, a otra víctima. Pero no había ni un alma en el parque. Pánico. El perro se acercaba rápidamente. Lidia trató de despojarse de numerosas bolsas de ropa que tenía amontonadas en su regazo. Ya oía su trote y sus jadeos. El perro encima. Veía caer sus babas en la carrera. Era un monstruo enorme. Tiró las bolsas al suelo y se refugió estúpidamente debajo del banco. El perro ladraba atronador y a Lidia se le heló la sangre , no podía moverse. No podía respirar. Ni gritar. Era caer al abismo. El perro llegó, asomó el hocico debajo del banco y la atrapó con su enorme boca por un tobillo con un gruñido infernal. Lidia sintió cómo los colmillos del animal se hundían en su carne, cómo la zarandeaba por el tobillo. El dolor era insoportable. Sólo veía polvo, y su cabello arrastrando por el suelo del parque. No oía más que los jadeos y los gruñidos broncos del horrible monstruo negro. Estaba muriéndose y cerró los ojos.

Se hizo el silencio. Sólo el dolor en la pierna. Entonces Lidia abrió los ojos y estaba oscuro. Notó el suelo duro y frío de hormigón. Trató de incorporarse pero no pudo, estaba amarrada de manos y pies, con la boca sellada con una banda ancha de cinta aislante. Entonces recordó. Lo recordó todo y el corazón se le hizo un nudo, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Agua tibia y salada que empezó a rodar por su cara y a gotear al suelo. Sin saber por qué le vinieron a la memoria su madre, y su exmarido, quizá los únicos vínculos amorosos reales de su vida. Le dolía el tobillo, y la entrepierna, y los pechos. Lo recordó todo. Había sido horrible, lo que no recordaba es cómo había llegado a esa nave, ni sabía cuanto tiempo llevaba allí. Se dio cuenta de que no tenía escapatoria y entonces quiso morir.

De repente se oyó una llave abriendo una cerradura y se filtró desde el exterior un haz de luz que le hizo apartar la cara. La silueta de Héctor se dibujó a contraluz. Aún así Lidia le pudo ver la espantosa sonrisa demoníaca que ya había conocido y se encogió en un espasmo de terror.

“Bien, bien, bien….¿qué tenemos aquí?, ¡oh, una linda gatita asustada!...”

domingo, 12 de septiembre de 2010

ESE GATO ...

-¿Te vas a comer todo eso?

Me doy la vuelta y está ahí. No lo he oído llegar. Casi me había olvidado de él. La respuesta me sale sin pensar:

-No, no lo creo. ¿Cómo estás?.

El gato de Cheshire se acerca sigiloso y se recuesta frente a mí con las manos cruzadas.

-¿Por qué no te lo vas a comer todo?

Y a eso no sé qué contestar. No sé si debo comérmelo todo o no. Y él enfrente, observando como siempre. Este gato observa a mucha gente y a otros ni se les acerca, no sé por qué. No sé qué tenemos en común los que somos escrutados por él. No sé qué le interesa de mí, el caso es que viene a verme de vez en cuando. Sus visitas duran cinco o diez minutos y suelen empezar con una pregunta que yo me veo obligada a responder. ¡Y siempre me aturullo y acabo balbuceando una cosa y…y…y la contraria!. Él suele continuar con otra pregunta. Unas veces se asombra “¡Oh!” y cambia de postura. Otras veces se queda pensativo “hummmm…” y se relame los bigotes con deleite. Se marcha pronto. Se desvanece o se aleja caminando hasta confundirse con el suelo, o con el cielo.

Cada vez que aparece a mí me invade una extraña inquietud, y cuando se va siento me quedo sola.

En realidad, creo que siempre viene a sembrar una duda en mí y no sé por qué lo hace. A mí me deja una duda y él se lleva algo. Pero tampoco sé qué se lleva. Cuando le hablo veo que sus pupilas se dilatan y se contraen frenéticamente, como una cámara fotográfica que enfoca para atrapar un momento fugaz, pero al mismo tiempo la danza de su cola es lenta y embriagadora. El fuego y el hielo, todo a la vez en ese gato inaprehensible.

-Quizá es demasiado para comérmelo todo, ¿no?

El gato se acerca a mí y me roza la cara con sus bigotes.

-¿Pero tú quieres comértelo todo … o no?- y se marcha acariciándome las piernas con la cola.

- Uf!!, y yo me quedo viéndomelas con mi propio deseo.

Alicia que es más fría, siempre me dice que no me lo tome tan en serio, pero es que ese gato….

martes, 7 de septiembre de 2010

TRACA Y TRUENO FINAL

Se ha programado un espectáculo de diez minutos que dejará al público sin aliento. Una explosión inicial invoca el silencio y se despliega una suave fachada de lentejuelas doradas, para ir animándose la fiesta después, ganado ritmo y colorido progresivamente. Todos miran al cielo. Arranca una primera sección del castillo compuesta por carcasas con troncos de rayos y truenos, lanzadas en forma de semiabanicos. El público contiene la respiración. Los niños se agarran a las faldas de sus madres. A continuación se enciende una serie de volcanes de colores, susurrados de derecha a izquierda que abren de par en par el cielo de la ciudad en una bella estampa deslumbrante y fugaz. Ohhhh!. Las figuras se suceden alternando cohetes con abanicos, con crossettes y farfalles. Miles de puntos brillantes sembrados en la noche atrapando mudos a los espectadores. Tras unos segundos de silencio, humo, oscuridad e incertidumbre resurge un impresionante grupo de piochas multicolores con decenas de cohetes y a la vez una ruidosa traca ametralladora, antesala de un gran golpe de roncadoras. Se encogen los corazones. Pausa. Y apoteósico trueno final. ¡Pum!. Silencio. Aplausos…

La muchacha espera en el andén. Faltan diez minutos. Ella sabe que va a buscar la cara de él detras de las ventanillas antes de que el tren se detenga. Y la buscará ansiosamente entre los pasajeros que vayan saliendo a la vez de todos los vagones. Nota cómo se le acelera el corazón. Sabe que se les abrirá el pecho cuando se vean y que arrancarán en una carrera de obstáculos hasta abrazarse. Traga saliva. Ya está oscuro. Cierra los ojos y ve cómo se besarán, se olerán, se tocarán la cara. No llega el tren, no llega. Ve el brillo saltarín en los ojos de él y ve cómo la va a agarrar de la mano y la va a llevar corriendo, sorteando viajeros hasta la parada de taxis. La gente que espera en el andén empieza a mirar de vez en cuando al reloj de la fachada y pasea inquieta de arriba abajo. La muchacha siente ya sus labios, la luz de un precioso mediodía de primavera en mitad de la noche. No van a dormir, van a construir miles de castillos en el aire, van a comer chocolate. La megafonía anuncia por fin la llegada de su tren. Otro suspiro. Y otro. No aguanta. No existe nada más y no va a existir nada más, nunca. Este momento es un punto infinito. Se oye un silbato lejano y al girarse ve una luz al final del andén. ¡Ya está aquí!. ¡Ya!.

Él no ha dormido nada y desde hace un rato la está escuchando moverse por la casa. Necesita levantarse, pero es una sombra y ella sigue haciendo, sin verlo. Él mira las manos de ella y se le encoge el corazón. Son las mismas manos. Dios mío. No. Cómo puede ser. Hay dos maletas en el pasillo. Nuestras maletas. No necesita más. Con ellas fuimos a Viena, a Menorca, a Zamora. Con una de ellas yo venía a verla todos los fines de semana desde Tarragona. La maleta saltaba del tren y corría a buscarla sola por el andén. ¡Se va!. Ella pasa un momento a la habitación del bebé y sale con lágrimas en la cara, pero sigue haciendo. Busca algo en su bolso en la penumbra del pasillo. No habla. Él anda detrás de ella, despacio, como un zombie, con los ojos desorbitados sin poder decir nada tampoco. Es muy temprano. Todavía no es de día. Ella sale del cuarto de baño perfumada. Se ha perfumado. ¿Dios mío me vas a dejar aquí tu olor, vivo?. Me muero. Y se va. Saca sus llaves del bolso y las deja encima del mueble de la entrada. Agarra sus dos maletas y sale sin mirar atrás. ¡Se ha ido, se va!. El va corriendo hacia la ventana y la ve desaparecer en el coche. Se oye el llanto del bebé dentro. ¡Se ha ido!, ¡no veo!, ¡no puedo respirar!. Abre la ventana pero no entra luz ni aire. Se ahoga.

jueves, 2 de septiembre de 2010

LA MORITA

Ayer en el trabajo me entrevisté con una morita que venía acompañando a su padre. La chica, una monada de menos de veinte años. Sin velo, con una hermosísima melena brillante recogida en una coleta baja. Vestida a un estilo más bien europeo, con algunos abalorios morunos en las manos. El padre, un marroquí aceitunado de unos cincuenta años con su pelo negro, su bigote negro y sus manos sucias. La morita tenía unos enormes ojos oscuros y una mirada limpia de niña curiosa. El padre me provocó la misma desconfianza que un gato asustado, quieto, que en cualquier momento te puede saltar a la cara. La chica me pidió disculpas porque habían tenido problemas para encontrar aparcamiento y llegaban con casi media hora de retraso. No problem, criatura.

Escarbé un poco en su historia. La chica y algún hermano más llevaban doce años en España, hablan bien el español y tienen sus papeles en regla. Los padres vinieron después, no hablan casi nada de español. Viven todos juntos. Me encantó la morita y le dije que se tenía que casar con un español. Ella se echó a reír un poco avergonzada, como si le hubiera leído el pensamiento. El padre la miró inquisitivo y ella se lo explicó en un árabe cantarín. El se puso muy serio y me miró furibundo. Me asusté un poco y medio le pedí perdón.

Continuamos la entrevista que era sobre asuntos del padre. La morita y yo nos entendíamos perfectamente. Ella contestaba ágilmente a todas mis preguntas, cogía al vuelo mis comentarios y de vez en cuando traducía al padre frases cortas, que eran suficiente. Eran una familia, cada uno con su rol y la chica al menos, perfecta en el suyo. Me hizo varias preguntas a mí, muy buenas preguntas, de naturaleza práctica. Necesitaba mis respuestas para ordenar su realidad y la de su familia. Yo estaba encantada de hablar con ella. No era tímida, no tenía miedo, no tenía odio, era lista, era guapa. Tremendo futuro.

Yo estaba sentada a un lado de la mesa y ellos dos al otro lado, pero los lugares reales en que nos encontrábamos eran otros. Mi morita estaba entre su padre y yo. Y aunque ella probablemente no lo sabe le espera un futuro mucho más prometedor que a muchas de sus amigas, pero tendrá que tomar una decisión llegado el momento, seguro que ya la está tomando: sentarse en mi lado de la mesa o volver a sentarse en el lado de su padre. Cualquiera de las dos opciones lleva implícita una renuncia dura. Pobre morita.

Creo que se vendrá a mi lado, no lleva velo y su padre no se opone. Fantaseo y decido que el marroquí es un buen padre, que adora a su hija, que hizo su propia dolorosa renuncia enviándola a España con sus hermanos, separándose de ellos por buscarles un futuro feliz. Probablemente ahora sólo se opone a ciertas cosas porque ese es su papel. Pero se opone de aquella manera, como un abuelete cascarrabias que siempre acaba cediendo. Si no, la chica llevaría velo o estaría huida. Pensé en la madre de la morita. Me imaginé una mora grande con velo, pero con la energía de una madre manchega, con la cara curtida, con el sufrimiento a cuestas de algún hijo muerto, y me la imaginé peinando a la morita y poniéndola bien guapa para que se coma el mundo. Y se lo va a comer. Aquí. Bienvenida. Necesitamos chicas como tú.

Otro día tuve que entrevistarme con un joven nigeriano. Había llegado a España dos años atrás, muy enfermo, tras dos semanas seguidas cruzando Africa a pie, y un viaje en patera sin alimentos ni agua. Ahora vive con quince negros más en un piso mugriento y vende cedés ilegales. Este chico me miraba de lado, con rencor. Creo que le daba igual lo que yo le decía, sólo necesitaba mi firma. A éste pobre le espera un futuro diferente