viernes, 22 de marzo de 2013

G-SHOCK. PROTECTION

Los días se van alargando del mismo modo que crecen los hijos. Uno no se entera hasta que de repente cae en la cuenta de que no hay que encender la luz a la hora de cenar, o se encuentra una nota de amor a lápiz en un bolsillo del uniforme. Es un shock, pero un shock absurdo porque no ha ocurrido de golpe. Ha sido un presente continuo vivido en una continua inopia. En realidad, no es más que el dolor de tomar conciencia de la vida malgastada o de los trenes perdidos. Pensaba esto y estuve a punto de decírselo a mi compañero pero me he contenido a tiempo. En realidad lo que quiero es que me dejen en paz y sé que si entablo un mínimo contacto la otra persona se me infiltra y me fastidia con sus demandas.

No quiero saber nada y me subo la mascarilla hasta el párpado inferior. Mi propio aire exhalado queda retenido dentro de esa cápsula y me acaricia y me calienta la cara. Las conversaciones de los demás son un zumbido extraterrestre. Me concentro en cinco parámetros y en los movimientos de una sola persona. Va a ser así durante tres horas.
Pero no. Se aproxima un tipo vigoroso con los brazos tatuados y me explica las claves del éxito creciente de Samsung en el mercado. Lleva un reloj enorme con las manecillas doradas que chisporrotean delante de mis ojos reflejando todos los malditos haces de luz con los que se topan. Qué gestualidad tan grosera, ese manoteo. Siento que odio a ese hombre y fantaseo con la idea de arrebatarle el reloj y golpearle con él en la cabeza hasta hartarme. No lo hago, pero interrumpo el contacto visual con él y vuelvo a mi monitor en mitad de su discurso. 

Que no estoy, que me dejes en paz.


En pocos minutos consigo que nadie me hable, ni me mire. Entro al cuarto de baño y alguien que pasa por allí me apaga la luz desde fuera.