martes, 2 de abril de 2013

UN PINTOR. UN CUADRO. UNA VIDA


El pintor se detuvo largamente en la hoja de la navaja. Unos días antes había dedicado toda la tarde a la mirada de la vieja y, en cambio, las mondas de patata eran una masa informe dentro del cubo azul que no le había ocupado más de unos minutos. Estaba terminando la punta de acero en una finísima y lenta pincelada con los ojos casi cerrados cuando escuchó el timbre retozón del colegio de al lado que anunciaba el fin de la jornada escolar. Al momento, su mujer entró en el taller.

- ¿Por qué estás tardando tanto con este cuadro?
- Esa pobre loca...

Su mujer cerraba las ventanas y mientras tanto el pintor hojeaba el diario que ella había dejado encima de la mesa.

- No te está gustando este trabajo.
- Sí. Sí, sí. Hay elementos que me parecen muy especiales. Pero me inquieta...de alguna manera.
- ¿Para cuándo es la entrega?
- Una semana, pero no va a estar.
- Igual podrías trabajar un rato más por las tardes.
- No. Hasta el final del cole.

Unas semanas antes había ido al taller una mujer con una fotografía mal conservada y le había encargado un cuadro con esa imagen. Una mujer desarreglada, con un discurso confuso. "Son mi madre y mi hermana, pero ahora no tengo a nadie. Quiero poner el cuadro en el salón. Que sea grande". Al pintor no le gustó la fotografía pero aceptó el encargo y después de la visita le dijo a su mujer que se había dejado llevar por la extrañeza del encuentro y había dicho que sí sin pensarlo mucho.

La escena se desarrollaba en la cocina de una casa de pueblo. A la izquierda, una vieja de negro y encorvada pelaba patatas; a la derecha, de perfil, una mujer de mediana edad trajinaba delante del fogón; entre las dos mujeres, una mesa de camilla con cuatro sillas de anea.

- ¿Se está riendo la mujer más joven?, preguntó el pintor
- Estaría cantando. Mi hermana era muy cantarina.

El cuadro no avanzaba mucho en los primeros días y el pintor se entretuvo durante un par de tardes en la filigrana del tapete de la mesa antes de completar el dibujo. A ratos se sentaba enfrente del lienzo y miraba la foto. Llamó en dos ocasiones a su clienta y hablaron de detalles banales. No era un trabajo fácil y su mujer era testigo diario de las dificultades y los progresos cuando llegaba cada tarde al taller después del colegio. A ella le llamó mucho la atención la intensidad de los ojos de la vieja, que mondaba patatas pero miraba de reojo a la otra mujer.

- Tiene una fuerza extraordinaria.
- ¿Te parece?
- Sí, enorme. Fíjate, cuando entras y miras el cuadro te atrapan los ojos de la vieja,  después la cara de la otra mujer y luego la navaja.
- ¿En serio?
- Sí. Un gran trabajo.

El día previo a la entrega, el pintor firmó el cuadro en la esquina inferior derecha unos minutos antes de que sonara el timbre del colegio. Después llegó su mujer y él hojeó la prensa mientras ella cerraba las ventanas, como siempre. Lo sobrecogió un titular: "Una mujer salva milagrosamente la vida después de recibir más de diez puñaladas que le asestó su propia madre con una navaja".

Al día siguiente no acudió nadie a recoger el cuadro.