El pintor
se detuvo largamente en la hoja de la navaja. Unos días antes había dedicado toda la tarde a la
mirada de la vieja y, en cambio, las mondas de patata eran una masa informe
dentro del cubo azul que no le había ocupado más de unos minutos. Estaba terminando la punta de acero en
una finísima
y lenta pincelada con los ojos casi cerrados cuando escuchó el timbre retozón del colegio de al lado que
anunciaba el fin de la jornada escolar. Al momento, su mujer entró en el taller.
- ¿Por qué estás tardando tanto con este
cuadro?
- Esa
pobre loca...
Su mujer
cerraba las ventanas y mientras tanto el pintor hojeaba el diario que ella había dejado encima de la mesa.
- No te
está
gustando este trabajo.
- Sí. Sí, sí. Hay elementos que me parecen
muy especiales. Pero me inquieta...de alguna manera.
- ¿Para cuándo es la entrega?
- Una
semana, pero no va a estar.
- Igual
podrías
trabajar un rato más por las tardes.
- No.
Hasta el final del cole.

La escena
se desarrollaba en la cocina de una casa de pueblo. A la izquierda, una vieja
de negro y encorvada pelaba patatas; a la derecha, de perfil, una mujer de
mediana edad trajinaba delante del fogón; entre las dos mujeres, una mesa de camilla con cuatro
sillas de anea.
- ¿Se está riendo la mujer más joven?, preguntó el pintor
- Estaría cantando. Mi hermana era muy
cantarina.
El cuadro
no avanzaba mucho en los primeros días y el pintor se entretuvo durante un par de tardes en la
filigrana del tapete de la mesa antes de completar el dibujo. A ratos se
sentaba enfrente del lienzo y miraba la foto. Llamó en dos ocasiones a su clienta
y hablaron de detalles banales. No era un trabajo fácil y su mujer era testigo
diario de las dificultades y los progresos cuando llegaba cada tarde al taller
después del
colegio. A ella le llamó mucho la atención la intensidad de los ojos de la vieja, que mondaba
patatas pero miraba de reojo a la otra mujer.
- Tiene
una fuerza extraordinaria.
- ¿Te parece?
- Sí, enorme. Fíjate, cuando entras y miras el
cuadro te atrapan los ojos de la vieja,
después la
cara de la otra mujer y luego la navaja.
- ¿En serio?
- Sí. Un gran trabajo.
El día previo a la entrega, el
pintor firmó el
cuadro en la esquina inferior derecha unos minutos antes de que sonara el
timbre del colegio. Después llegó su mujer y él hojeó la prensa mientras ella cerraba las ventanas, como
siempre. Lo sobrecogió un titular: "Una mujer salva milagrosamente la vida
después de
recibir más de
diez puñaladas
que le asestó su
propia madre con una navaja".
Al día siguiente no acudió nadie a recoger el cuadro.
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