viernes, 1 de octubre de 2010

CONDENADA

Es de noche y hace frío. Se oye un golpe contra las puertas abatibles del pasillo. Me asomo y veo aparecer al celador con la cama. Espero. En la cama viene una vieja, muy vieja. Ciega. Le falta una pierna y tenemos que amputarle la otra por gangrena. La cama pasa delante de mí hacia el puesto de antequirófano y yo miro a la vieja en su trayecto. Parece un muñeco de cera, arropada con descuido con las mantas y sábanas raídas de un hospital en decadencia. En realidad, desde el golpe de la cama contra las puertas hasta el final de esta historia todo es decadencia. Así debería llamarse esta historia. Decadencia moral.

La vieja lleva puesto un gorro de quirófano del que salen mechones de pelo blanco tiesos, sucios, desordenados. Lleva la boca abierta y le faltan dientes. Tiene los labios resecos y la mirada fija, inerte. Unos ojos azules, mates, con legañas, que estuvieron vivos un día y debieron ser maravillosos, pero hoy son ojos muertos. Lleva las manos un algo levantadas por encima del embozo desarreglado, un poco abiertas, como en garra, como buscando un asidero. Se me va un poco la cabeza y pienso con amargura que nadie, ni sus hijas, ni las enfermeras que la atienden, nadie le ha arreglado las sábanas, ni le ha humedecido los labios, ni le ha limpiado las legañas. Nadie le ha proporcionado a esa pobre vieja el sosiego que un ser humano necesita para dejar reposar las manos en la cama. Yo la veo pasar y tampoco lo hago. Si eso no es decadencia…

Vuelvo a dirigir mi atención a lo importante. Hay que amputar. Me lo ha dicho el cirujano. Hay que amputar. Y me acerco a la vieja. Puede que esté loca, o ausente. Yo no lo sé porque parece la caricatura de cera de un ser humano. Lo sabré cuando hable con ella. La saludo y le pregunto si sabe dónde está y a qué ha venido.

- Me quieren cortar la otra pierna. Pero yo no quiero. No me haga usted nada. Déjeme que me muera ya.

Lo que yo le contesté no lo escribo. Por absurdo. El caso es que me sacudió fuerte la historia de esta vieja, más fuerte que otras veces y tomé una decisión sin pensarlo mucho.

La pasamos al quirófano y ella no protestó. Las enfermeras revoloteaban saltarinas a su alrededor colocándole cables de monitorización, y sueros, prodigándose en ridículas expresiones de cariño. La vieja mantenía los brazos encogidos y las manos queriendo asir algo. Las enfermeras trataron de colocárselas extendidas en los reposabrazos de la mesa del quirófano pero ella se resistía con un vigor inusitado. No había ofrecido resistencia a ninguno de nuestros manejos, pero a eso sí se opuso. No consintió. En lo único en lo que pudo hacernos frente, lo hizo. En donde no tenía nada que hacer no se tomó la molestia. Ella mantuvo los brazos flexionados con una fuerza extraordinaria y yo di orden de que la dejaran así.

Mientras las enfermeras acomodaban a la vieja en la mesa y ordenaban todo el instrumental quirúrgico yo había cargado las jeringas con la medicación previa a la anestesia. Entre el batiburrillo de medicamentos incluí uno que no era tal, y se lo inyecté a la vieja con la misma naturalidad con que le inyectaba los demás. No tuve dudas. Ninguna. Y nadie advirtió nada.

A partir de ese momento tenían que ocurrir cosas. Entonces sí noté que mis músculos se tensaban. Lo primero fue que se alteró el trazado electrocardiográfico del monitor de constantes. El complejo rítmico y monótono que generaba el bip-bip de fondo fue sustituido por una línea caótica de ondas irregulares. Yo fui testigo de ese momento. Nadie más. Nadie observaba el monitor en esos momentos de preparativos excepto yo, y la alarma acústica tardó un segundo en activarse. La pobre vieja y yo estábamos en ello. Nadie más.

Y empezó el lío. Alguien me dijo “¿está fibrilando? “ y yo me hice el sorprendido. Me entretuve en revisar los cables, los terminales adheridos a la piel de la vieja, en verificar si ella estaba consciente…Unos segundos más antes de fingir que decidía sobre las maniobras de reanimación. Todos empezaron a correr, a traer cosas, me miraron esperando instrucciones. Era el momento de actuar. Me tocaba a mí.

- Dejadla. No hagáis nada.

El cirujano protestó, -Pero hombre, ¿cómo que nada?

- Dejadla en paz. Ha tenido un infarto. Dejadla que se muera. Ella quería morirse. ¿No la habéis oído?.

Nadie más dijo nada. Y la dejamos morir. Nos quedamos quietos. Nada de golpe en el pecho, ni masaje, ni chispazo. Nada. Esperar. La línea loca del electrocardiograma se fue agotando poco a poco hasta convertirse en un trazado plano. Eso es morirse. Fueron pocos minutos en que todos estuvimos viendo a la vieja en su muerte. No la acompañábamos. La mirábamos en esos escasos minutos del tránsito en que la sangre deja de fluir, los procesos celulares dejan de funcionar y no sabemos exactamente qué pasa con la conciencia: ¿sueño dulce?, ¿túnel?, ¿la luz al fondo?. La vieja no se había movido en todo este transcurso, pero cuando el trazado del monitor se hizo plano los brazos fueron abandonando suavemente la enérgica demanda de clemencia que escenificaban, para quedar con las manos posadas sobre el vientre. Así ocurrió.

No.

Es mentira.

No la maté.

La anestesié perfectamente. Fue perfectamente amputada y así nos la fuimos quitando de en medio, sucesivamente unos tras otros, con toda la asepsia que nos correspondía, para olvidarnos inmediatamente de ella. La pobre anciana que abjuraba de su condición de ser vivo ante todo el que la quisiera escuchar. Y nosotros ni caso, a lo nuestro. A salvarle la vida, que para eso nos hemos formado. Para salvar vidas.

La vieja salió por el pasillo igual que había entrado. Con su gorro, sus legañas, sus manos crispadas y en silencio. Con la mirada perdida, y un poco más mutilada. Condenada a vivir.

Yo no la maté, contribuí heroicamente a salvarle la vida. Y aún vive, he preguntado por ella, pero yo estoy un poco más muerto desde ese día.

3 comentarios:

  1. ES MENTIRA,SI LA MATE. oDIO A TANTO MEDICO NARCISISTA QUE SE LE LLENA LA BOCA DE DECIR QUE LE HA SALVADO LA VIDA A ALGUIEN Y SOLO SILENCIOS COBARDES CUANDO ALGUIEN QUIERE ACABAR YA DE SUFRIR Y SE ENCARNIZAN CON EL, AL MENOS QUE NO SE MUERA EN MI GUARDIA.

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  2. Dicen que los que trabajamos a diario con niños nos mantenemos más jóvenes (de espiritu, se entiende)que los demás. Sin embargo, cuando los miro jugar en el patio, hay veces en las que reflexiono sobre la broma cruel que supone vivir, nacemos niños para morir como niños. Desvalidos, incapaces de cubrir nuestras necesidades básicas, anhelando mimos y atenciones y comprendiendo poco del mundo que nos rodea. Odio la condescendencia con la que se trata a los ancianos y odio la falta de respeto con la que se les habla..."María, guapa, tranquila que esto no es nada, ahora te voy a pinchar..". y María, se da la vuelta intentando recordar cuando habrá comido con esta enfermera, para que le hable de tú, con tono infantil y la deje semidesnuda delante de la acompañante de su vecina de habitación...
    Con un "señora vengo a pincharle la medicación" hubiera sido suficiente. Además, ella no se llama María.

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  3. Despues de leer tu mail, leo este post de tu blog y noto que compartimos la misma rabia, aunque con matices distintos.
    Si algun dia alguien me lleva en situacion terminal a un hospital, me gustaria ser tratado por medicos que "sientan la profesion" como tu la estas sintiendo.
    Quiero conservar este consuelo
    herrerillo, twitter

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