Me llamó. Dijiste que me iba a llamar y efectivamente, lo hizo. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de quién era, y cuando ocurrió ya era demasiado tarde. Estuvo exquisito, amable, delicado. He de reconocer que no estoy acostumbrada a estas actitudes por parte del otro y no pude evitar cierto recelo al principio. Seguro que él se dio cuenta pero no me lo hizo ver. Fue una conversación cálida y no muy larga. Al final era imposible que las cosas terminaran de otro modo.
Hablamos de mí, de ti, de la vida, de las sorpresas de la vida, de las posibilidades de la vida. Hablamos de los riesgos, las apuestas, los miedos, los arrojos. De la incertidumbre. Siempre la incertidumbre. Tú sabes que yo siempre me enfrento a la incertidumbre como si fuera un episodio con un principio y un final, un escollo ante el que hay que tomar decisiones. Yo siempre he vivido afrontando incertidumbres, una tras otra. Uno encuentra un socavón en el camino y tiene que optar por saltarlo o por rodearlo. Yo sé que más tarde aparecerá otro, o no, o lluvia, o viento. Así se lo expliqué. Y también que he aprendido a esperar, a no anticipar. Yo le hablé, le hablé de mis cosas. Casi sin darme cuenta. Y él me escuchó. ¿Qué más puede uno pedir?.
Él tiene otra visión, él cree que la incertidumbre es la alfombra que amortigua nuestros pasos en la vida. Me resultó muy interesante esa percepción como de atmósfera, como de clima, de banda sonora. Me hizo pensar…y sorprendentemente me sobrevino cierto alivio ante la sola idea de adoptar esa perspectiva. No hay que vivir la lotería de la vida como una batalla tras otra, con esa dura tensión del riesgo de equivocarse, o de la amenaza de lo terrible. Uno no se equivoca cuando sigue su instinto, me dijo, y lo terrible no viene de fuera, no hay que temer lo que viene de fuera. El horror está dentro de nosotros y no hay nada más pueril que el temor a lo desconocido. La vida no es una lucha por un destino feliz, es una ocasión para el goce, para la felicidad en presente. Única ocasión. Y ese es el precepto que uno debe observar ante cada decisión. De tal modo me habló con esa voz tan envolvente.
Y es verdad, amor mío. Es cierto. Lo vi entonces con una claridad incuestionable. No tuve más dudas. No cabía más alivio en mi pecho. Y fui capaz, por fin, de mirar la realidad de frente: tú eres mi vida y el camino hacia ti es el único que quiero recorrer.
Hablamos de mí, de ti, de la vida, de las sorpresas de la vida, de las posibilidades de la vida. Hablamos de los riesgos, las apuestas, los miedos, los arrojos. De la incertidumbre. Siempre la incertidumbre. Tú sabes que yo siempre me enfrento a la incertidumbre como si fuera un episodio con un principio y un final, un escollo ante el que hay que tomar decisiones. Yo siempre he vivido afrontando incertidumbres, una tras otra. Uno encuentra un socavón en el camino y tiene que optar por saltarlo o por rodearlo. Yo sé que más tarde aparecerá otro, o no, o lluvia, o viento. Así se lo expliqué. Y también que he aprendido a esperar, a no anticipar. Yo le hablé, le hablé de mis cosas. Casi sin darme cuenta. Y él me escuchó. ¿Qué más puede uno pedir?.
Él tiene otra visión, él cree que la incertidumbre es la alfombra que amortigua nuestros pasos en la vida. Me resultó muy interesante esa percepción como de atmósfera, como de clima, de banda sonora. Me hizo pensar…y sorprendentemente me sobrevino cierto alivio ante la sola idea de adoptar esa perspectiva. No hay que vivir la lotería de la vida como una batalla tras otra, con esa dura tensión del riesgo de equivocarse, o de la amenaza de lo terrible. Uno no se equivoca cuando sigue su instinto, me dijo, y lo terrible no viene de fuera, no hay que temer lo que viene de fuera. El horror está dentro de nosotros y no hay nada más pueril que el temor a lo desconocido. La vida no es una lucha por un destino feliz, es una ocasión para el goce, para la felicidad en presente. Única ocasión. Y ese es el precepto que uno debe observar ante cada decisión. De tal modo me habló con esa voz tan envolvente.
Y es verdad, amor mío. Es cierto. Lo vi entonces con una claridad incuestionable. No tuve más dudas. No cabía más alivio en mi pecho. Y fui capaz, por fin, de mirar la realidad de frente: tú eres mi vida y el camino hacia ti es el único que quiero recorrer.
Tú me dijiste que tu alma era mía y que él vendría por ella. Yo nunca había tenido que hacer frente a compromisos de otros. Esto era una cosa entre tú y él. Pero él vino a mí y venía a llevarse lo que era suyo. No tuve dudas. Tú eres mi felicidad y me has confiado tu alma. El quería un alma, le entregué la mía.
Lobos con piel de cordero que nos rodean y de los que no somos conscientes.
ResponderEliminarSaludos Justine, recién descubierto tu blog. Felicidades.
Lo de fuera es secundario, y contra ello se puede luchar. Lo que vence y no admite lucha es lo interior, salvo que se aprenda a expulsarlo y lugo combatirlo, es dificil.
ResponderEliminarTe sigo Justine, y me gusta lo que haces
Gracias Anabel, Anónimo. Muchas gracias por vuestra compañía y vuestros comentarios.
ResponderEliminarYa lo dijo Freud: la mayor parte de las cosas que llamamos amor son nuestra resistencia a la idea de marcharnos de casa.
ResponderEliminarEstas cosas sólo se pueden decir a gente muy inteligente. Las personas simples se ofenden mucho
Las cosas de Freud, Daimon. ¿Sabes que quiso tomar una copita conmigo y le dije que no, y desde entonces no me habla?
ResponderEliminar¿NO SERÍA AL REVÉS?
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